4-3-2003
GIOCONDA BELLI
(N. 1948)
La Máquina del Tiempo
una revista literaria
El
País Bajo mi Piel
Por Elizabeth Cazessús
¡Ah, Nicaragua |
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¿Cómo un libro se anida en el cuerpo y se hace vida? ¿Cómo la palabra rompe la
crisálida de la memoria para transportarte al sueño de una mariposa? ¿Cómo un
poema retumba con sus balas y cataclismos en nuestra cabeza y te hace vivir el
paisaje de las calles, en los mitines, en las montañas? ¿Cómo la voz de la
poesía, cobra vida con el sueño de los que soñamos una Nicaragua Libre....?
Esto solo puede surgir a través de la palabra de Gioconda Belli, de su reciente
libro publicado por Plaza y Janes, "El País Bajo Mi Piel, Memorias de amor y de
Guerra".
Ciertamente pueden ser varias las circunstancias que marquen el destino de una
obra y de una mujer. Pero en este caso, se trata de una poeta que nació para
vivir en un país donde las fuerzas vivas de la cultura vislumbraban otra
historia.
Nicaragua: la historia de un pueblo que diera la pauta para confrontar no solo
la dictadura vivida con la Familia Somoza, sino como un pueblo y una tierra que
abonara la esperanza de una forma de vida propia, fuera de la explotación y el
sometimiento de los pueblos de América Latina.
Leyendo este libro, muchas otras voces aparecen en canciones que inundan
atmósferas llenas del romanticismo perdido de aquella izquierda mexicana que
coreaban a: Atahualpa Yupanqui, Víctor Jara, Mercedes Sosa, Zitarrosa, Silvio
Rodríguez, Chabuca Granda, Carlos Mejía Godoy, cantantes que aún no siendo tan
famosos, eran mas reales para los que cantaban con la evocación rescatada de
aquella clandestina insurgencia, y que podría ser la propia, acá en el México
solidario: Patria Libre o Muerte!
Sin embargo, hacer de la vida propia un gran poema, donde la poesía irrumpe con
las armas de la vocación y la convicción política, hacen que un cuerpo y un alma
se vean avasalladas, por las palabras mayores, y esto nos entrega la autora.
Gioconda Belli nos muestra en este libro su apuesta. Después de lo vivido, el
libro se descubre solo, se desnuda, y al recordar una canción, volver a sus
poemas o escribir un verso o llorar con ellos; la poeta que lleva el país bajo
la piel, nos muestra su iluminado heroísmo, nos conduce a la Línea de fuego.
La comandante Belli, como la llamaban los nicas, hizo uso de las armas cuando
fueron necesarias, siendo correo clandestino del Frente Sandinista de Liberación
Nacional. Después de la guerra y el amor, las únicas armas válidas que tuvo para
colocar los puntos sobre las íes, fueron las palabras.
Conforme te adentras en la lectura, selva, calles, tierra adentro; hay una
frontera que se descubre y se ve a través de ella. La frontera invisible, entre
el sueño de la poeta y el cuerpo del deseo que se enlaza entregado a la lucha, a
la guerra, al amor.
Es como un cristal por donde se asoma la presencia y esencia de la protagonista
que vivió dos realidades, una onírica llena de inocencia y autenticidad, y la
otra tan tangible y llena de acción y decisiones.
Pasión y vida, son alimentos entre ambas realidades.
El sueño propio y la vida, hilvanados y deshilvanados por las sombras de la
noche o la claridad del día.
Para Gioconda, el mundo era uno con ella en la pasión de la guerra y en la
pasión del amor...
Imposible evadir, huir de ese amor, de esa pasión entregada al tálamo de la
lucidez y la poesía.
El ser creador siempre cosechará heridas dentro del sueño o la realidad.
Heridas, para Gioconda, que se transformaron en medallas, edades, paisajes
llenos de nostalgia, aventuras del delirio y el deseo, cuentos, novelas y
poesía, herencia donde surge la otredad, como una fuente donde guarda sus
misterios...
Difícilmente se pueden enumerar los cientos de pasajes de esta autobiografía y
tantos los desafíos para nombrar con imágenes precisas, los cantos al amor y la
guerra, como solo los pueden develar el reflejo de una vida. El testimonio
íntimo de una prosa refinada por el corazón y el entendimiento más profundo.
En palabras del editor:
Este libro nos acerca a uno de los procesos revolucionarios más memorables de
América Latina y a una mujer, intelectual, madre y revolucionaria, que hace la
ofrenda más leal y te invita a conocer el puerto de sus tempestades. El
cataclismo propio, la dudas; el horror y la crudeza de la aberración contra su
pueblo, verdad y conciencia; los errores y faltas al frente de los desafíos,
triunfos y derrotas, las presencias y ausencias de todos los seres que
protagonizaron adentro del tiempo histórico de la revolucionaria; con la fe, el
amor, la belleza, el desamor, en el tiempo eterno de la poeta y escritora.
Gioconda Belli trasciende su biografía aún suspendida en el sueño de una
Nicaragua libre y como testigo del propio amor que la consumía, hasta que un 19
de julio de 1979, pudo escribir el poema: Patria Libre; y lo que vino después.
Voz de voces, a través de todos sus muertos y sus vivos: fuego y agua de su
piel, tatuada con los signos de comandar un ideal, con la fuerza de la pasión y
la fe de la verdad.
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LA MUJER SUPERVIVIENTE
El país bajo mi piel. Memorias de amor y de guerra
de Gioconda Belli.
La autora nicaragüense, Gioconda Belli, en un texto de carácter autobiográfico hace un repaso de la historia reciente de su país junto con una celebración de la capacidad de amar .
Ya son varios los libros de carácter testimonial o autobiográficos que se han escrito acerca de la historia del Frente Sandinista -movimiento revolucionario nicaragüense que llegó al poder por vía armada en 1979-. En la década del 80 se dieron libros como La montaña es algo más que una inmensa estepa verde y Canción de amor para los hombres de Omar Cabezas; La marca del zorro de Sergio Ramírez; La paciente impaciencia de Tomás Borge, entre otros.
Y en
la década del 90, Adiós muchachos de Sergio Ramírez Mercado. Todos con un
corte testimonial y todos sin distinción -aun por encima de las disidencias- dan
perfil a la leyenda heroica del Frente Sandinista en su lucha contra la
dictadura. A esta serie épica viene a sumarse el más reciente libro de Gioconda
Belli, El país bajo mi piel. Memorias de amor y de guerra (Plaza &
Janés).
Además de afiliarse al espíritu de gesta, el libro nos da una visión íntima de
la historia de Nicaragua de las tres últimas décadas del siglo XX. El recorrido
histórico parte de la década del 70, cuando Nicaragua era gobernada por la
familia Somoza bajo un régimen de terror y corrupción, también cuenta la
destrucción total de Managua producto de un terremoto en 1972, y parte de la
historia interior que llevó al Frente Sandinista al poder en 1979.
En este libro Belli cuenta como ella, una mujer de clase adinerada, se integró a
un movimiento guerrillero en un mar de contradicciones y como al final se
sobreponían sus convicciones.
Aunque el libro se anticipa como historia de amor y verdaderamente describe a
una mujer que ama a muchos hombres, su rasgo de mayor mérito quizá es ser un
libro escrito con admiración por la mujer, antes que el amor a los hombres se
impone el amor al ser de la mujer, celebración de la plenitud de ser mujer sin
redundante retórica.
Los mejores cuadros y tal vez los más intensos son los que vinculan a personajes
mujeres, el agudo retrato de la madre recreado en un perfil inteligente y audaz,
o el drama de las parturientas en un hospital costarricense. En cambio los
perfiles en los que se describe a hombres se deja de notar un preámbulo mítico
que es en última instancia generoso, casi compasivo, con conclusiones mordaces
que en todo caso hacen descender lo mítico a lo terrenal.
Aunque la narración recurre sutilmente a la leyenda, son más conmovedores los
planos íntimos de la protagonista, el margen de crisis en el que se ve situada
ante la disyuntiva de sacrificar sus relaciones personales por una causa
colectiva.
Políticamente el libro es menos preciso, es claro en su crítica a los métodos de
algunos dirigentes sandinistas, especialmente de los hermanos Humberto y Daniel
Ortega, pero esta claridad no llega a una valoración total de los métodos
sandinistas, no sabemos si para la autora los 'errores' son simplemente los
Ortega o el tipo de revolución que se tenía como ideal.
Pero el aspecto mejor logrado de la obra es la personalidad que se desprende de
la lectura de este libro, una mujer con una gran capacidad de autoafirmación y
un vivo sentido de sobrevivencia.
Pese a que su autora niega declararse como simplemente feminista, el libro bien
tolera una 'lectura de género' y en este caso sería el más perspicaz de los
libros de Belli, el que con mayor agudeza expresa la visión de mujer, la que
mejor penetra en los hombres y sus variadas personalidades. En esta obra Belli
muestra un gran sentido para analizar sus relaciones con los hombres, es llana
cuando señala defectos, las cualidades aunque las estiliza siempre están dentro
del marco de lo posible y muestra una gran capacidad para sobreponerse a los
aspectos dolorosos, sabe incorporar el dolor a su experiencia.
Siempre es difícil determinar en un texto de esta índole, un margen que separe
lo de valor personal y lo de valor colectivo, es decir, separar lo biográfico y
subjetivo, de lo histórico. Pero no se puede negar que este libro de Belli porta
parte de los sacrificios de un pueblo, el nicaragüense, al que le ha costado
construir su destino.
Juan Sobalvarro es poeta, crítico literario y editor de la
revista literaria 400 Elefantes.
EL PAÍS BAJO MI PIEL
MEMORIAS DE AMOR Y GUERRA.
Gioconda Belli
Estas memorias comienzan con el terremoto que asoló Managua en 1972, y como si fueran fruto del desconcierto tras el desastre y la necesidad de reconstruir la ciudad interior, Gioconda recompone en ellas su vida y la historia reciente de su país, ensartando las piezas del puzzle según el dictado de sus sentimientos rotos, de sus recuerdos amontonados como escombros. Tal vez por eso, esta autobiografía de una "quijota", como ella misma gusta denominarse, sorprende por su falso "desorden" cronológico. El relato se divide en cuatro partes que sí reflejan el discurrir del tiempo real: "Habitante de un pequeño país", "En el exilio", "El regreso a Nicaragua" y "Otra vida". Dentro de cada una de ellas, se intercalan capítulos con fechas discontinuas, de forma aparentemente inconexa. Esta aparente confusión no es tal: los relatos sentimentales de su vida privada (memorias de amor) y de su conciencia y militancia política (memorias de guerra), se inician juntos y paralelos, y confluyen constantemente a lo largo del libro. Así, hay dos puntos de arranque y de final: de 1972 a 1980 y de 1980 a 1990, aproximadamente; son los dos ciclos principales de su vida, el primero marcado por la política, el segundo por el amor. La maestría narrativa de Gioconda en esta obra está precisamente en cómo mezcla cuidadosamente momentos de ambos periodos.
Esto es lo que distingue a estas memorias de tantas otras, esto es lo que dota de originalidad al relato de esta mujer romántica, ingenua, perseverante en la lucha contra la injusticia, que titula sus capítulos al estilo de "El Quijote": "De cómo irrumpieron en mi vida la poesía y la Revolución".
El título de estas memorias se explica con esta reflexión: "dos cosas que yo no decidí, decidieron mi vida: el país donde nací y el sexo con el que vine al mundo “
A partir de aquí, desde la cómoda posición de una mujer de clase media-alta en la sociedad estadounidense, Gioconda Belli, echa una mirada a su pasado revolucionario, a la época de lucha contra la dictadura nicaragüense del clan Somoza, a la época en que "supe de las alegrías de abandonar el yo y abrazar el nosotros".
Simultáneamente, este libro de memorias recopila sus dos vidas, pues, sin renunciar a ser mujer, ha podido también ser hombre: la una responde al anhelo ser un clásico de la feminidad (casarse, tener hijos, ser complaciente y nutricia); la otra quería los privilegios masculinos (independencia, valerse por sí misma, tener vida pública, movilidad, amantes). En su dedicatoria recuerda a muchas mujeres, especialmente a las que le han ayudado en el "frente doméstico" y que hicieron posibles sus andanzas y sus libros; también a sus cuatro hijos y a su último marido, "Carlos, puerto de mis tempestades".
De sus memorias de guerra Gioconda extrae las vivencias que quedaron impresas en su cerebro: su admiración adolescente por Fidel Castro, visto a través de los ojos de su hermano Humberto, junto con el que también experimentó el odio por las
armas; los "muera" que su familia gri taba a la vez que en la casa contigua lanzaban "vivas" a Somoza sus partidarios; el color café de la mancha de sangre que dejó el primer muerto opositor a la dictadura; el terremoto como experiencia desoladora y como demostración de la corrupción del ejército, que se aprovechó de las ayudas, sembrando así las semillas de la rebelión; su vida paralela, clandestina, como activista en el FSLN; la terrible vivencia del exilio como ruptura interior y pérdida de sus hijas, de su país; las muertes de algunos camaradas y amigos, y de algún amor secreto; la alegría de la victoria empañada enseguida por las dudas y las dificultades; la desmitificadora experiencia con el general Torrijos que la acosó sexualmente o con Fidel, que quiso conseguir de ella informaciones comprometidas; la euforia y la incredulidad al oír por fin esa frase tan corta y que tantas vidas y sacrificios costó: "se fue Somoza"; la felicidad de comprobar que los sueños pueden cumplirse; la constatación, al fin, de que esos mismos sueños pueden no ser eternos: "soy la misma quijota que aprendió, en las batallas de la vida, que si las victorias pueden ser un espejismo, también pueden serlo las derrotas ".
Sus memorias de amor son un paseo por su yo femenino: su primer matrimonio precipitado y frustrante; su adulterio con el Poeta, y su enamoramiento de Marcos, un camarada del FSLN: "mi vida clandestina y mi amor por Marcos eran parte de una vida paralela, aparte, que yo administraba en otra carpeta de mi cerebro, igual que lo hacían los hombres de mi país, que tenían amantes sin menoscabo de su matrimonio, yo había aprendido a compartimentarme magistralmente; sus primeras poesías envueltas en la polémica, pues no era común que una mujer celebrara su sexo en 1970: su poesía resultaba incómoda a los hombres porque su lenguaje subvertía el orden de las cosas, porque de objeto, la mujer pasaba a sujeto; las distintas vivencias de la maternidad: todas iguales y todas distintas, pero especialmente la de su hijo tras cuyo parto hasta 3 veces llegaron a contradecirse médicos y enfermeras en pocas horas sobre si estaba vivo o no; el difícil equilibrio entre su compromiso político y su responsabilidad como madre; las largas ausencias del hogar y el sentimiento de "abandono" hacia sus hijas: "¿sós vos mi mamá del avión?" , le preguntaba cuando regresaba su hija pequeña, la misma que comenzaría su tesis doctoral sobre la figura de la madre con la frase:: "Otra vez su cepillo de dientes no está"; las heridas de un corazón que fue dando tumbos de un hombre a otro hasta anclar en su puerto: el hombre que abriría en su interior la sima de tener que vivir entre EEUU y Nicaragua, de tener que aceptar la cultura del "enemigo".
Un libro que nos reconcilia con la vida y con nuestro ser femenino. Un libro para disfrutar del puro placer de leer. Un recorrido entrañable bajo la piel de una escritora entre cuyos valores destacamos el de crear una literatura vivencial y trasmitir con ella esa sensibilidad y esa mirada que sólo hallamos en la prosa del otro lado del Atlántico, del otro lado de nuestra lengua común.
Rellenamos el cráter de las bombas Y de nuevo sembramos Y de nuevo cantamos Porque jamás la vida se declara vencida |
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José Manzano Herrera en el site del Sindicato Trabajadores de la Enseñanza Castilla y Léon
Gioconda Belli: «Quiero que mi voz sea la voz de muchos»
William Grigsby Vado
Enviado por Radio La Primerísima, frecuencia 680 AM de Managua.
Nicaragua, febrero del 2001.
La poetisa y escritora nicaragüense, Gioconda Belli, acaba de presentar en Nicaragua su última obra El país bajo mi piel, un conjunto de memorias autobiográficas de su vida como mujer, como escritora y como militante del Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Su lucha por la causa sandinista y nicaragüense ha marcado la vida de Gioconda Belli. Nacida en un ambiente de privilegio en Nicaragua, fue educada para brillar en sociedad y asumir sus roles de esposa y madre. Tras casarse muy joven y dar a luz a una hija, empieza a preguntarse si eso es todo lo que la sociedad espera de ella. El terremoto de Managua precipita los acontecimientos y la lleva a involucrarse de lleno con el Frente Sandinista de Liberación Nacional. De colaboradora clandestina pasa a ser activista de la Resistencia contra el dictador Somoza; hace de correo secreto, es perseguida por los servicios de inteligencia, forma parte de los equipos que preparan una acción comando y se enamora del guerrillero que liderará la acción.
En 1975 se ve obligada a exiliarse en México, donde sufre la separación de su Patria y de sus hijas. Prolonga su exilio en Costa Rica y viaja a Cuba, donde se encuentra con Fidel Castro. Tras el triunfo de la Revolución Sandinista, el 19 de julio de 1979, Gioconda regresa a Nicaragua, donde ocupa importantes cargos políticos directamente subordinada a la Dirección Nacional del FSLN, hasta la derrota electoral de 1990.
A sus 53 años, Gioconda ha publicado numerosas obras tanto en prosa como en poesía. En 1972, Sobre la Grama. En 1978, su segundo libro, Línea de Fuego, gana el Premio Casa de las Américas en Cuba. Entre 1982 y 1987 publicó otros tres poemarios: Truenos y Arcoiris (1982), Amor Insurrecto y De la Costilla de Eva (1987). Su primera novela, La Mujer Habitada, se publicó en 1988 y ese mismo año fue traducida a varios años, convirtiéndose en un éxito editorial en Europa. En Alemania ganó el Premio a la Mejor Novela Política del Año (1989) y el Premio Ana Seghers. En 1990 y 1996 se publicaron otras dos novelas suyas, Sofía de los Presagios y Waslala. El país bajo mi piel se publica simultáneamente en seis países. Con la sinceridad e intimidad de quien cuenta confidencias, Gioconda Belli narra en este libro los años decisivos de su vida. Con la prosa fluida y poética que le ha ganado tantos lectores en el mundo, nos hace acompañar en su viaje interior hacia el descubrimiento del amor, la sexualidad y la maternidad, así como hacia la convicción de que haciendo la Revolución podría cambiar la realidad de su país.
Sin pretensiones de poseer la verdad absoluta, esta mujer apasionada, madre, intelectual y revolucionaria nos presenta una visión amorosa y crítica de uno de los procesos revolucionarios más memorables de América Latina. En un texto rico en registros, la autora va revelando los acontecimientos que la llevaron a vivir dos experiencias muy diferentes: una vida en la Revolución Sandinista hasta 1990, y una vida de escritora en California desde entonces. Con el amor como fuerza articuladora de su existencia, Gioconda reivindica en este testimonio aquello de que "lo personal es político" y defiende ardientemente el valor de la pasión, el romanticismo y el idealismo.
El miércoles 14 de febrero de 2001, compareció en el programa Sin Fronteras, de William Grigsby en Radio la Primerísima, la poetisa y escritora Gioconda Belli. Esta es una síntesis de esa entrevista.
William Grigsby, Sin Fronteras: Gioconda Belli es probablemente la mujer de Nicaragua más conocida en todo el mundo, según lo constaté en Internet abundantemente. Queremos aprovechar para hablar con la Gioconda militante y con la Gioconda poetisa. Digo, no son dos personas separadas, pero a veces me imagino yo, sobre todo en el exterior, que te ubican más como la poetisa y la escritora, que como la mujer militante que ayudó a transformar a Nicaragua, que es una faceta que no sé si se ha olvidado, pero al menos ya no está en el primer orden del día...
GB: Fijate que es interesante, William, ahora que decís eso, porque una de las cosas que me ha llamado a mí la atención, es cuánto pesa lo que yo fui, el rol político que jugué y la percepción que se tiene de mí como escritora. Es casi inevitable que en cualquier lugar que yo esté haciendo un recital o hablando de algo, se me pregunte sobre la participación política, sobre lo que pasó en la Revolución, sobre lo que pasó en Nicaragua. Me llama la atención porque yo sobre todo últimamente me pongo a pensar que Nicaragua ya no es una cosa de las noticias, ya a mucha gente se le olvidó, pero siempre sale dentro de la audiencia alguien que sabe y que se acuerda. O sea, que en cierta manera es reconfortante, porque uno se siente que nuestra Revolución dejó una huella importante en la conciencia de mucha gente, algo que nosotros ni sospechamos.
SF: Gioconda, de todas maneras vos has sido una mujer acostumbrada a romper esquemas desde muy joven, como por ejemplo, en el baile de presentación cuando regresaste de Europa en 1966, que te pusiste el vestido con la capa roja, según contás también en este precioso libro que acabás de publicar. Digo, acostumbrada a romper moldes, ¿incorporarse al Frente Sandinista también fue una ruptura de esos moldes?
G: Definitivamente sí, porque yo en ese tiempo, era una muchacha de cierto nivel económico, de cierto apellido, y mi rol en el mundo asignado por mi familia o como fui criada, era para casarme, tener hijos. Mi mamá era una mujer intelectualmente desarrollada, que me inspiró a mi en muchos aspectos --sobre todo a leer, a prepararme-- pero claro, ella me inspiraba de una manera como para que yo participara en cosas artísticas, dado que ella participaba en el Teatro Experimental de Managua y en otras actividades. Creo que no se esperó de que yo tomara las cosas tan a pecho, pero hubo una conjunción ahí en mi casa del rol intelectual, que lo jugó mi mamá, y por otro lado, mi familia era de tradición antisomocista.
SF: Pero en 1970, cuanto te metiste al Frente, ¿era con el afán de continuar esa ruptura de esquemas? ¿por una cuestión de convicción? ¿por una cuestión de hartazgo de tu propia manera de vivir en aquél momento? ¿cuál fue el móvil principal? ¿De qué manera decidís el sí, cuando te invitan a incorporarte al FSLN?
G: Creo que yo no me propuse quebrar esquemas. Tenía como un instinto para hacer cosas diferentes, actuaba instintivamente. Por ejemplo, me propuse trabajar desde que tenía 17 años, empecé a trabajar y quería ganarme mi propio salario, quería ser independiente económicamente, eso no sé de dónde me salió. Por otro lado, yo quería ser importante, en la agencia de publicidad donde trabajaba quería un trabajo que me respetaran, que me hicieran caso lo que yo dijera, no me veía a mí misma en el papel secundario como mujer.
Cuando me casé muy joven, en 1967, y mi marido me dijo "dejá de trabajar" --lo cuento en el libro-- yo dije "no. ¿Por qué? ¿por qué voy a dejar de trabajar si yo estoy produciendo, me gusta trabajar, me gusta estar metida en el mundo?
Cuando yo me meto al Frente Sandinista lo hago por una convicción política, que me la había forjado desde 1967, cuando de alguna manera fui testigo no presencial, de la masacre de la Dictadura Somocista realizada el 22 de enero (*). Yo había apostado en ese momento al Partido Conservador, por el cual había un gran entusiasmo y por su líder Fernando Agüero Rocha y todo el mundo andaba cantando esa canción: "Con Agüero ando, con Agüero muero". Tenía como 18 años, me acababa de casar; en esa masacre mataron a un muchacho que trabajaba en mi casa, eso a mi me impresionó mucho eso, porque yo sentí que había una traición espantosa de los conservadores al haberse arreglado con el embajador norteamericano, haber pactado con Somoza y después el triunvirato. (Nota: se refiere a la matanza ejecutada por la Guardia Nacional, contra una manifestación convocada por el Partido Conservador para pedir la renuncia del dictador de turno, Anastasio Somoza Debayle. Murieron más de cien personas y los líderes del partido se refugiaron en un hotel, mientras la masacre ocurría. Meses después, bajo la presión de la embajada de Estados Unidos, los conservadores pactaron con la Dictadura y fueron parte de una junta de gobierno y la mitad de los cargos gubernamentales, entre 1972 y 1974).
Camilo y el Frente Sandinista
O sea, fue una cosa terrible. Poco después me topo con el Frente Sandinista en la figura de Camilo Ortega Saavedra (el hermano menor de Daniel y Humberto), a quien conozco cuando yo estoy trabajando en un agencia de publicidad en Managua que se llama PUBLISA, él era amigo de Francisco de Asís Fernández (poeta, en aquél momento sandinista y hoy, del Partido Liberal) y llegaba con Carlitos Alemán Ocampo.
Al principio le tenía terror al Frente, pero yo después me doy cuenta de que el Frente si está proponiendo una opción que es aceptable, una opción que es decente para este país. Para ese momento ya he perdido la esperanza de que las cosas se puedan cambiar por la vía electoral, por la vía cívica, entonces es cómo todo coincidió para decidirme a participar en el Frente, con un gran miedo.
SF: ¿Camilo te lleva al Frente en 1970?
G: Sí, Camilo me reclutó para el Frente, y por eso mi único hijo varón así se llama.
SF: Hay en tu libro, dos cosas que me llaman la atención de esos primeros años. En 1972, vos hablás del juramento del FSLN en el Parque Las Piedrecitas, un mediodía, frente a una mujer embarazada y con dos niños de testigos. ¿Recordás la ceremonia como tal, el significado que tenía en el sandinismo en aquella época el juramento del Frente Sandinista?
G: Era una cosa de un profundo significado. Ya me andaba persiguiendo la seguridad y todo eso y ya me sentía militante. Me acuerdo que ser militante sandinista era una cosa tan profundamente honrosa, uno se sentía tan profundamente honrado de ser militante y ese juramento era especial. En mi caso fue hecho ante Leana Núñez (esposa de René Núñez Téllez, actual dirigente sandinista) en el Parque Las Piedrecitas, sentadas las dos en el carro con las grandes barrigas de nuestros respectivos embarazos. El lenguaje, a como lo cuento en el libro, era en cierta manera pomposo: "Yo juro ante la Patria, ante la historia, ante el Ché Guevara...", no me acuerdo exactamente las palabras, pero era muy épico.
SF: Era un rito.
G: Era un rito y me acuerdo que las dos estábamos reverentes, porque la palabra juramento inspira reverencia, y a lo que nos estábamos comprometiendo no era una cosa ligera. Nosotras, las dos, sabíamos que estábamos en una situación represiva, en una dictadura asesina, que la gente se moría y que estábamos haciendo una cosa que para las dos tenía importancia.
No me metí al Frente de una manera ligera, ni sin saber a lo que me estaba metiendo; yo me metí con la convicción de que me podía morir, de que era una decisión super trascendental en mi vida.
SF: ¿Y ya tenías hijos, hijas?
G: Ya tenía a mi hija y con gran miedo, pero por otro lado, como dijo Carlos Fonseca alguna vez, por vergüenza nos habíamos hecho sandinistas. En cierta manera yo creo que tenía razón porque yo tenía vergüenza, me daba vergüenza la situación de miseria del pueblo nicaragüense; o sea, que nosotros la toleráramos, que los nicaragüenses no nos alzáramos, no nos rebeláramos contra semejante injusticia y contra semejantes cosas que pasaban en nuestro país. Entonces yo me sentí que si yo no lo hacía, mi hija lo iba a tener que hacer y yo le reclamaba de alguna manera en mi corazón a la generación de mis padres que no lo habían hecho, y yo dije: "¿hasta cuándo va a parar esto? Si yo no lo hago, lo va tener que hacer mi hija. ¿Por qué no lo paramos aquí? ¿por qué no asumimos nosotros la responsabilidad?"
Lo escribí en este libro porque yo pienso que esos fueron momentos de una profunda trascendencia en mi vida y han hecho ser lo que yo soy ahora. Realmente yo le agradezco a la historia que me tocó mi vivir un momento tan hermoso, porque para mi es un momento que fue hermosísimo, porque me permitió trascender mi propio ser, me permitió trascender mi individualismo, que es natural en todo ser humano, pero cuando hay algo que te permite pensar en los demás, que te permite tener un sentido de que vos estás en este mundo con una responsabilidad, las generaciones que vienen detrás de vos dependen de lo que lo que vos hagás el día de hoy, dependen de tu participación el día de hoy en este mundo; entonces, por eso yo lo quería dejar escrito.
Sangre del sandinismo que inspira
SF: Gioconda, ese mismo año en 1972 hubo el terremoto de Managua, tuviste que emigrar a Granada y tuviste la oportunidad de conocer a Ricardo Morales Avilés, uno de los más importantes intelectuales en la historia del FSLN y en aquél momento, primer responsable de la organización, porque Carlos Fonseca vivía en Cuba. El segundo detalle que te decía es que luego vos narrás en tu libro lo que ocurrió el 18 de septiembre de 1973, cuando vos escuchás en la radio que habían matado a unos sandinistas, Ricardo Morales y Oscar Turcios, entre otros, y luego contás que había una compañera que junto con vos lloraron la muerte de Ricardo. ¿Que significa para tu vida la gente que murió en aquella época y en la siguiente época?
G: La única manera que yo puedo tolerar ahora esas muertes es pensando que sí tuvieron un sentido, porque realmente ¡hubo tantos compañeros que fueron tan valiosos y murieron! Yo cuento ahí la de Ricardo, porque fue la primera vez que yo sentí la muerte de alguien que yo había visto, que conocía, fue mi primer muerto del Frente, ya siendo parte del Frente, ya sintiéndome carne y sangre del sandinismo y que era mi cuerpo también el sandinismo y que de alguna manera yo me estaba muriendo con ese sandinista que habían matado.
Recuerdo que en esa época para nosotros esas muertes eran muy difíciles. Recuerdo profundamente el sentido de impotencia que sentí de saber que ese hombre, que era irremplazable, que era un ser especial, un elegido como diría Silvio Rodríguez, lo habían matado y que no teníamos manera de revivirlo, que era un ser que se había muerto, que ya nunca más lo íbamos a poder reponer.
Pero entonces, el sentido de la lucha era con mucha más razón: "hay que lograr este sueño por el que este hombre murió"; esta creencia, esta afirmación, esta convicción que se haga realidad, yo sentí una enorme responsabilidad , como cuando perdemos las elecciones en 1990. Eso lo he sentido muchas veces a través de estos años.
Una cosa que uno no logra aceptar, es que eso haya sucedido en vano. Yo lo razono y digo: "no, no ha sido en vano, si hoy estamos pudiendo hablar lo que estamos hablando vos y yo aquí es porque esa gente murió; si salimos de Somoza, es porque esa gente murió; si se logró la Reforma Agraria imperfecta que se hizo, es porque esa gente murió; si el pueblo nicaragüense se organiza en sindicatos y los patronos le tienen miedo a los sindicatos, es porque esa gente murió... ¡Pero hay tanto todavía! ¡Esa gente se murió para más! Siento como que todavía no hemos completado ese sueño y que talvez no nos va a tocar a nosotros completarlo, pero por lo menos que la semilla de ese sueño tiene que seguir creciendo en otra gente, en los jóvenes. Esa es nuestra responsabilidad ahora.
SF: ¿En algún momento conociste a Carlos Fonseca, el fundador del FSLN?
G: No, no lo conocí personalmente, aunque estuve muy cerca. Fue él, incluso quien dio la orden de que yo me fuera de Nicaragua, cuando ya me había andado siguiendo la Oficina de Seguridad de la Dictadura.
SF: Eso fue en 1975. Pero en todos tus relatos iniciales de esa época, está Carlos presente, porque lo citás con frecuencia. Por ejemplo decís --cuando hablás lo del lavado de la ropa en las casas de seguridad de los militantes clandestinos-- que Carlos aconsejaba a las mujeres militantes "cuidado le van a andar lavando la ropa a los hombres". Ese era el estilo de Carlos, estaba como presente siempre. En esa época, ¿así era la cosa? ¿tan grande era la influencia de Carlos?
G: Si, él estaba presente, se hablaba mucho, era como la figura de la autoridad benigna, era una autoridad moral sobre todo y citaban sus escritos, se leían cosas de él, esa era su influencia. Porque además la figura física de Carlos --me acuerdo de él cuando en 1964 lo llevaron a testificar a la Corte-- como una persona larga, de anteojos, tenía una figura romántica incluso, como de Quijote, quijotesca. Esa discusión que yo menciono se dio en 1970, hubo varias circulares sobre la participación de las mujeres, sobre el hecho de que las mujeres tenían que tomar un papel más beligerante y que dependía de nosotras aceptar o tomar un papel más beligerante y no aceptar simplemente llenar los roles tradicionales de las mujeres dentro de las casas de seguridad o dentro de cualquier tipo de trabajo clandestino.
SF: Muchos años después hiciste ese poema: Carlos, ojalá las hormiguitas no te lo cuenten, en el cual hablás de que es mejor que Carlos Fonseca esté muerto, y entre otras cosas planteás "las cenizas de los sueños", y, cito: "Es tu muerte, Carlos y la de tantos otros la que hoy alza su dedo acusador y nos confronta con nuestra propia miseria. Porque ya no somos aquellos que juramos ir hacia el sol de la libertad"; "Nos tomamos el Cielo por asalto pero qué lejos estuvimos de ser ángeles"; "Nicaragua está triste Comandante Carlos, triste y sola, pobre y desempleada, descalza y casi sin esperanzas mientras hay quienes pelean por tus vestiduras y pronuncian cada día tu nombre en vano". Este poema Gioconda, por lo menos a mi, me hizo trizas en aquella época 1991 o 1992..
G: ...a mí me eriza los pelos también...
SF: ...fue para un 8 de noviembre, fecha de su muerte en combate (en 1976) y creo que había el problema con el Mausoleo, fue en esas circunstancias, ya estaba agitada la discusión en el Frente Sandinista, después de la derrota electoral...
G: ..horrible.
SF: ...en este poema hay mucho dolor y hay mucha frustración. ¿Así te sentías, así te sentís?
G: O sea un terrible dolor. En ese tiempo sucedió también que había leído una novela muy buena de Mónica Zalaqueth (periodista de origen chileno, ex militante sandinista y quien desde hace 22 años vive en Nicaragua) que se llama "Tu fantasma Julián", donde habla de toda la tristeza del campo, que es otra parte tremenda de lo que fue la guerra, la guerra de la contra, y la familia dividida y la tristeza del campesino y el sacrificio enorme que significó. Entonces, toda esa combinación de cosas de repente me dio tanta rabia contra la Dirección, contra los compañeros en los que yo había creído tanto en determinado momento, aún sabiendo que eran falibles y seres humanos, tampoco esperábamos que fueran perfectos, pero que habían ciertas líneas que, según mis convicciones no se cruzaban, y entonces uno empezaba a ver que se dilapidaba ese capital moral.
Porque yo siento de que el Frente Sandinista lo que tuvo sobre todo, fue un capital moral, que la riqueza del Frente Sandinista ni siquiera fue una estrategia lúcida para tomar el poder, sino que fue la vitalidad y la generosidad con que se tomó el poder, la hermandad que tuvimos entre nosotros, la capacidad de ser nuevos que tuvimos entre nosotros, lo que decíamos nosotros la mística, eso era para mi lo que era el sandinismo. Lo que más me ha dolido y lo que más me dolió, está expresado en ese poema, de que yo sentí que lo estaban pisoteando ese capital moral, esa mística que fue lo que hizo del Frente Sandinista un movimiento que inspiró a tanta gente en todo el mundo y haber dilapidado esa riqueza por posiciones, por pactos de cúpulas, por la misma piñata (la repartición de propiedades y recursos del Estado entre los dirigentes sandinistas en 1990) todas esas cosas que pasaron que fueron mal hechas, torpes, que no eran necesarias y pasar por encima de toda esa cantidad de riqueza que teníamos en el sandinismo, de vida acumulada, de muerte acumulada, de experiencia, eso es lo que es ese poema, es una sensación de vergüenza, de vergüenza de que nosotros mismos le hubiéramos fallado a los muertos, eso es lo que es ese poema.
SF: Gioconda, vos trabajaste con la Dirección Nacional de cerca, casi siempre, cuando estuvimos en el poder. También tuviste responsabilidades muy importantes en el Consejo de Partidos Políticos, la Comisión Electoral del Frente, en la propaganda exterior, en la televisión; etcétera, un montón de cargos importantes que en aquel momento eran cruciales en el juego del poder. ¿Puedes ubicar en qué momento se perdió eso de lo que tanto has hablado, la mística, la ética, el compromiso? ¿hay algún momento, hay algún proceso? ¿En qué momento te percataste? ¿eso ocurrió con la derrota del 90? ¿antes? ¿qué pasó en esa esfera del poder, de la Dirección a la que todos idolatrábamos y que ahora como vos decís en este poema ya no solo los pies, sino todo el cuerpo era de barro? ¿qué fracturó, qué causó esa fractura? ¿se percibe en algún momento lo que ha ocurrido?
G: Pienso que así como un momento en particular, no. Creo que se fueron acumulando las cosas que uno veía, cuando se fue perdiendo la capacidad crítica. Yo por lo menos empezaba a ver de que las ideas no se discutían, había como una cantidad de bandazos que se daban: en un momento éramos muy radicales, en otro momento éramos muy acomodaticios.
La formación de los militantes
Nosotros planteábamos que había la necesidad de pararse, de reflexionar. Cuando digo nosotros, era la estructura media, pues yo estuve en el Departamento de Propaganda, en células partidarias etc, y siempre se decía que no era el momento. Recuerdo una vez que yo planteé que debíamos estudiar ciertos libros clásicos como Marta Harnecker --talvez era "cuadrada" (esquemática) en ese momento-- pero cuando yo empecé en el Frente, a adquirir mi propio criterio, a partir de leer cosas, de cuál era el proyecto, en qué estaba basado este análisis de clases. Entonces, cuando planteé lo de los libros de Marta, me dijeron: "no, eso no. Los compañeros de la Dirección no quieren de que se estudien esos libros, lo que hay que estudiar son los discursos de los comandantes". Eso a mi me pareció inaudito, o sea, nunca entendí, y yo dije: "¿cómo es posible que no les vayamos a dar a los militantes las bases fundamentales para adquirir una conciencia crítica?". Y se optó por una educación muy esquemática, táctica, era como a nivel de consignas y de lo que vamos a hacer ahora.
Pienso que de alguna manera es lo que le pasa al Frente Sandinista en este momento, la incapacidad que ha tenido el Frente Sandinista en su conjunto para exigir más la democracia interna, para analizar lo que de verdad se dice en ciertos discursos de los dirigentes y tener un criterio más formado. La causa es eso, es precisamente que se formó la nueva militancia y la nueva gente dentro del Frente, a partir de líneas bajadas desde la Dirección, en base a esquemas muy autoritarios, donde a la gente no se le enseñaba cómo analizar las cosas por sí misma, sino que se les daba el análisis hecho por los dirigentes que daban su opinión "esto está pasando por esto y por esto" y había que aprendérselo como propio.
Ahora estaba viendo por ejemplo, un programa donde sale el comandante Daniel Ortega hablando de lo que dice Humberto Ortega, quién dijo en diciembre pasado que Daniel no debe ser candidato y entonces Daniel dice: "Es que él no está aquí y él es un compañero que está despegado del Frente Sandinista desde hace mucho tiempo", y yo me puse a pensar: ¡qué barbaridad! O sea, porque lo que Daniel está diciendo, es a partir de la autoridad que él tiene en un partido donde lo que él dice es dogma, es misa, entonces la gente no cuestiona lo que él está diciendo. Yo no necesariamente apoyo a Humberto Ortega, yo tengo una actitud muy crítica con Humberto Ortega, pero descalificar lo que dice Humberto Ortega, a partir de decir "es que él viene y va", cuando Humberto es un hombre que ha estado en esta Revolución, que tiene tanto derecho a opinar como cualquiera y decir que él no sabe como hacemos las cosas dentro del Frente porque él estuvo en el Ejército, como dijo Daniel, me parece una actitud tan cínica, tan deshonesta de cierta manera, porque es usar su autoridad para descalificar a otro compañero que además es su hermano. Entonces yo digo, ¿cómo es posible que se hable así? ¿que se hable al peso de la lengua? Y eso yo creo que tiene que ver con toda una forma de actuar, que viene no solo de ahorita, sino que viene después del triunfo de la Revolución, porque yo si puedo decir que antes del triunfo si había discusión, si había debate, si nos preocupábamos por formarnos profundamente en las ideas, en la filosofía.
Camilo Ortega a mí me ponía a leer George Pulitzer (con su libro "Principios Elementales y Principios Fundamentales de la Filosofía), me ponía a estudiar los libros donde yo podía aprender, a que nadie me dijera cómo eran las cosas, éramos cuadrados en muchas cosas, pero teníamos de base un conocimiento más de fondo de las fuerzas que se mueven en la sociedad, de las fuerzas que se mueven en la economía.
Una cosa es que ahora con la experiencia nosotros podamos incluso, cambiar nuestra manera de ser en muchas cosas --yo ya no creo en la dictadura del proletariado por ejemplo-- uno puede evolucionar pero evolucionar, a partir de una base que es la base de izquierda, porque la izquierda la tenemos que seguir defendiendo y la izquierda en este momento más que nunca necesita haber tenido una formación para luego decir, estas ideas que teníamos no funcionan ya, hay que replanteárselas, hay que reinventar todo esto, pero reinventarlo desde una perspectiva de izquierda, sin perder el norte, y ¿cuál es el norte? La justicia social, la igualdad, el respeto, la gente, la dignidad, la educación, los derechos que la gente tiene a toda una serie de bienes que no son negociables, que son bienes que la sociedad debe producir para todos sus miembros sin distingos de clase o de nada.
SF: Gioconda, de los nueve miembros de la Dirección Nacional histórica --el otro día conversaba con un amigo sobre este tema-- uno ha fallecido (en 1990) Carlos Núñez, otros cinco ya no están en el Frente: Jaime Wheelock, Luis Carrión, Humberto Ortega, Víctor Tirado (se acaba de salir, luego del desastre de la Consulta Popular) y Henry Ruiz"; y tres quedan en el aparato oficial, Daniel, Bayardo Arce y Tomás Borge. Eso ocurre con aquellos que fueron de la Dirección Nacional, pero veamos el siguiente eslabón, los cuadros intermedios, de esa segunda generación de jefes de los comandantes guerrilleros, que fueron 29 en total. Si se hiciera una lista de aquellos que sobreviven dentro de la estructura oficial no creo que lleguen a la docena: Cristian Pichardo, Lenín Cerna, Alvaro Baltodano, Omar Cabezas, Manuel Rivas Vallecillo y debe haber algunos más. De las mujeres ninguna, ni Leticia Herrera, ni Dora María Téllez, ni Mónica Baltodano y de los cuadros políticos que no eran guerrilleros la inmensa mayoría ya no están en el Frente Sandinista. De la generación de la Segunda Promoción para ponerle de alguna manera, la famosa del 21 de febrero del 81, de esa segunda generación de 1.200 militantes que reconocimos éramos al 19 de julio del 79, habrá 200, 300 quizás en este Frente Sandinista. ¿Tanto hemos cambiado nosotros? ¿tanto hemos abjurado nosotros o tanto han cambiado los que se han quedado?
G: Es difícil decir, hablar por los demás porque les he preguntado personalmente, sería atrevido de mi parte decir, pero mi idea, mi percepción es que hay de las dos cosas. O sea, nosotros hemos cambiado y el Frente ha cambiado y el cambio no es malo, yo no estoy en contra del cambio, yo creo que era necesario un cambio, incluso, cuando se da la derrota electoral y uno empieza después de ver el tremendo golpe que eso significó, uno empieza a pensar positivamente y tratar de convertir el revés en victoria, como decía Fidel Castro. Empecé a pensar: "admito que lo que hice es bueno, ahora nos queda a nosotros la oportunidad histórica de convertirnos en una izquierda en la oposición, en una izquierda con una fuerza tremenda como pocas izquierdas en América Latina y en replantear un proyecto de izquierda a partir de una nueva situación mundial y a partir de una nueva situación. Cómo nos lo vamos a plantear?"
Para mi era un reto riquísimo el que teníamos enfrente, pero ¿qué pasa? Siento que es una gran responsabilidad de la dirigencia de no haber permitido esa discusión, de haberse concentrado en mantener ciertas estructuras de poder. Creo que era importante mantener ciertas cosas como el Ejército, ciertas conquistas de la Revolución, garantizar que no se iban a perder, pero dentro del Frente Sandinista no hubo ninguna discusión aparte de aquella reunión de El Crucero en marzo de 1990, que fue muy crítica, no hubo una discusión, ocurre esa cerrazón de la cúpula, no se da la discusión, no se agarra ese golpe y se transforma en otra cosa.
Entonces se comienza a dar esa dispersión, ahí es donde la gente que estaba más golpeada buscó como hacer su propia vida. También hay que ver la parte práctica, mucha gente se quedó sin trabajo, sin fuentes de ingreso, tuvo que buscar como hacer su vida o sea tuvo que buscar como ganarse la vida, pero no hubo la capacidad del otro lado, de la gente que se quedó en las estructuras, de funcionar en esa otra realidad, flexibilizar el partido, dejar de funcionar como una estructura de poder, porque eso es lo que nos pasaba, que nosotros, el partido se estructuró después del triunfo de la Revolución a partir del poder. Entonces, cuando el poder del Estado deja de ser parte del partido, el partido trata de ir funcionando con una estructura como si estuviera en el poder y esa estructura ya no sirve, entonces esa estructura se va burocratizando y congelando y eso yo pienso que es lo que ha cambiado dentro del Frente Sandinista, que hay muy poca discusión.
Las discusiones que yo he visto --en realidad ya no soy miembro del Frente, yo observo al Frente desde afuera-- son para cargos, yo no veo grandes discusiones en cuanto a ideas, a propuestas o sea, a mi me parece que las discusiones son: cómo nos vamos a arreglar con este gobierno, cómo vamos a hacer esta Consulta Popular y son discusiones como las que habían durante la época que estuvimos en el poder, cuando se generó todo ese estilo autoritario, ese estilo que yo creo que la guerra ayudó a forjar, porque se decía: "aquí no discutimos porque no le podemos abrir brechas al enemigo". Ahora el asunto es con la unidad que fue otra gran trampa, la otra gran trampa fue que nos dijeron no podemos discutir, porque el que discute está contra la unidad.
Si me preguntás a mi personalmente donde yo sentí eso, recuerdo de un incidente que tuve con la Unión de Escritores. Los miembros querían que yo fuera presidenta de la Unión de Escritores, porque yo ya me había enfrentado en determinado momento a Rosario Murillo (poetisa, esposa de Daniel Ortega y en la Revolución, máxima autoridad en la política cultural) y a las estructuras del Frente, y entonces yo era popular en ese momento y lo hubiera podido ganar perfectamente con los votos de los miembros de la Unión. Entonces Daniel Ortega, en aquél momento Presidente de Nicaragua, prácticamente me exige que yo decline la candidatura. Recuerdo que me dijo: "vos podés optar por seguir con la candidatura, pero si vos hacés esa opción, no estás siendo militante disciplinada, entonces vos perdés tu militancia.
O sea, me dijo: "tenés la opción o hacés lo que yo te digo y te quedás siendo militante, o hacés lo que vos querrás y perdés tu militancia, porque la militancia quiere decir obedecer y ser disciplinada". Me violentó profundamente, ese fue un momento que a mi me violentó horriblemente, porque yo, todo mi ser, mi convicción y mis principios me decían: "vos tenés que hacer eso, vos tenés que ser candidata", pero por otro lado, estaba todo ese enorme recuerdo del juramento, lo que la militancia significaba para mí, y de repente empecé a pensar "a lo mejor estoy obcecada", y opté por hacerle caso, pero le hice caso con un corazón pesadísimo, mi corazón me pesaba, mi corazón me decía "vos le debistes haber dado ese carnet, porque vos no querés ser militante así".
Porque ¿qué significaba esa militancia? La opción de violentar tus principios para que se cumpla qué, para que se cumpla una cosa arbitraria de defender a una persona (Rosario Murillo) que había estado haciendo una política cultural arbitraria.
SF: Gioconda, ahora se presenta una nueva oportunidad de asaltar el poder, una manera de decirlo, es la tercera oportunidad electoral de los últimos 12 años y la cuarta en términos históricos, la primera fue en el 79, la perdimos en el 90 y 96, y ahora otra vez tenemos otra en este 2001. ¿Existen condiciones para que el Frente Sandinista recupere ese poder? ¿vos creés que el Frente Sandinista tiene un proyecto parecido al del 79?
G: Las condiciones existen, porque yo pienso que este país está muy mal o sea que las mayorías de este país, si vos te ponés a ver los índices de calidad de vida han bajado tremendamente. Nicaragua estaba en 1990 en el lugar 85 de todo el mundo, en términos de índices de calidad de vida y ahora estamos en el lugar 126, porque ha subido la mortalidad materna, es el segundo país con el mayor índice en América Latina; la situación el desempleo... no necesito decirle a la gente todo esto porque ya lo sabemos y lo vivimos.
A mí me parece que las condiciones existen, la gente está cansada de la corrupción, está cansada de la politiquería. Creo que sería tan fácil para el Frente Sandinista con un proyecto político adecuado, un proyecto político ni siquiera tan radical, sino más bien de plantearse por etapas dentro de una democracia de respeto a las minorías -ideológicamente, me refiero-- pero sinceramente creo que se va a desperdiciar otra vez la oportunidad.
SF: ¿Por qué?
Dos Frentes Sandinistas
G: Porque yo creo que el Frente va a volver a elegir a Daniel Ortega como candidato. Con el Frente digo las estructuras partidarias, que son las que mueven y convencen a la gente de que así tiene que ser, desgraciadamente, porque hay esa mentalidad. La militancia lleva esa cuestión como lo que me pasó a mi, de decir: vos sos militante, vos tenés que actuar así porque el partido te lo dice y si no hacés así o mejor te vas o ya no tenés derecho, no tenés ningún derecho, o te adaptás a lo que el partido dice, o te vas.
Pienso que Daniel va a salir electo y Daniel Ortega no va a lograr aglutinar a toda la cantidad de gente que podría aglutinar a un candidato que no fuera él, porque a Daniel Ortega la gente lo identifica y lo asocia con todo un período muy difícil que vivió el país y además que lo identifican como una persona que no está comprometida con la democracia, que no está comprometida con una cantidad de valores que yo creo que ahora el pueblo nicaragüense aprecia más que antes porque los ha venido disfrutando por una cantidad de tiempo -imperfectamente, si querés-- y ha venido entendiendo mejor lo que significa la libertad de prensa, lo que significan ciertas libertades que hemos ganado los nicaragüenses.
SF: Pero, ¿el problema es la candidatura de Daniel? Si cambia de candidato, ¿el Frente gana? ¿es ese el problema? ¿el problema es Daniel?
G: El problema no solamente es Daniel, pero yo diría que Daniel es una pieza fundamental de este problema, porque cuando decimos "Daniel", no solamente estamos diciendo la persona, estamos hablando de una mentalidad, de una concepción de partido. No creo que el Frente Sandinista a como está en este momento vaya a ser un partido revolucionario en el poder, porque está demasiado comprometido.
SF: ¿Comprometido con quién?
G: Está comprometido con otras fuerzas políticas para gobernar en conjunto, porque este pacto por ejemplo, lo comprometió con el Partido Liberal y son compromisos que el Frente va a tener que honrar si llega al poder. El partido está comprometido con sectores económicos, porque dentro sí mismo existe como una fuerza económica. El Frente Sandinista está organizado actualmente como un poder económico dentro del país, tiene intereses económicos, entonces ya no es el partido que era. El Frente Sandinista de hoy, es un partido mucho más parecido a un partido tradicional. Para mi que hay un Frente Sandinista del que yo hablo en mi libro, el de antes de la Revolución, y hay un Frente Sandinista que es el que existe actualmente. Definitivamente.
No es que yo digo que el Frente Sandinista que debería de existir ahora es el Frente del libro, porque ese es otro Frente, pero el Frente que existe actualmente ya no tiene parecido, ningún rasgo en términos de proyecto, ni de izquierda, ni como principiod, ni a nivel de ética.
Como analista política, si yo me pongo a ver qué es el Frente Sandinista en este momento, digo que el Frente Sandinista oficial es una mescolanza de todo, no se ve claro qué es lo que propone el Frente Sandinista como partido, que se dice de izquierda, que se llama representante de los pobres en este país, pero yo no le veo ninguna coherencia a nivel de las ideas, a nivel de las propuestas con lo que hace, y eso me preocupa por supuesto, me preocupa bastante.
SF: Sos una mujer exitosa en la literatura, como poeta y como novelista. ¿Has fracasado como política?
G: Todo es relativo en esta vida. Siento que no he fracasado como política, porque yo he seguido siendo fiel a las cosas que he creído. Le decía a alguien el otro día, que mi compromiso cuando yo me metí al Frente Sandinista, no era con un partido, ni con unas siglas, el Frente Sandinista para mi era el vehículo, era el medio para lograr algo, la organización que se proponía lograr algo con lo que yo estaba de acuerdo, entonces mi compromiso y mi vínculo no ha sido con un partido o con unas siglas, sino con un proyecto y el proyecto se llama Nicaragua.
Para mi, mientras exista Nicaragua, mientras existan necesidades en Nicaragua, mientras yo tengo un hálito de vida en mi cuerpo, yo voy a seguir tratando de poner mi contribución en esta lucha. Ahora mi contribución es a nivel de las ideas, de las palabras, de la poesía, de la prosa.
No soy una persona que me propongo puestos políticos ni posiciones políticas, me propongo un acceso a la conciencia de la gente, o sea, exponerles lo que yo pienso, sin decirles "esta es la verdad porque la verdad es mía". Creo que la gran verdad surge a partir de la discusión de muchos y a partir de que todos nos demos cuenta que cada verdad no es total y que cada uno de nosotros tiene un pedacito y que juntos podamos hacer la verdad, lo que se llama el Pacto Social, un mínimo de arreglo y que nos podamos poner de acuerdo para que este país avance, que este país se desarrolle, que este país vaya generando más gente que sea capaz de mejorarlo.
Otra cosa que yo veo y que me preocupa es la capacidad de desarrollo, no veo que estemos desarrollando gente nueva, no veo donde están esos nuevos liderazgos, me alegra ver gente joven, pero no sé si esa gente joven, incluso en los actos del Frente, si esa gente joven está ahí por la pachanga, por el eco de toda la lucha del Frente o porque si realmente se ha molestado en leer los programas, en ver lo que se propone; es un misterio realmente el por qué, pero yo si siento que la gente tiene una profunda sed de propuestas de alternativas, aunque haya un 60% de apáticos.
SF: Hablaste de un pasado, de tu convicción de que el Frente era el vehículo para un proyecto. ¿Hablaste del pasado porque estás fuera del Frente o porque ya el Frente no es ese vehículo para el proyecto de Nicaragua?
G: Ahorita no siento que el Frente lo representa. O sea: el Frente podría volver a ser, porque si hay algún partido que tiene esa posibilidad al alcance de su mano es el Frente. El Frente podría volver a replantearse "unámonos, replanteémonos, abrámonos, discutamos, abramos este partido a la democracia, abramos este partido a la discusión, abramos todo y veamos que realmente vamos a hacer", pero eso es casi como pedirle peras al olmo.
SF: También era pedirle peras al olmo que se fuera Somoza y Somoza cayó por la acción de quienes lo hicieron posible.
G: Si creo que definitivamente puede haber esa posibilidad de cambio.
SF: Te pregunto en nombre de esa posibilidad, ¿no te plantearías volver al Frente?
G: No.
SF: ¿Por qué? ¿por un rechazo a la militancia o por un rechazo al Frente? ¿No querés seguir militando en política o ..?
G: No, es porque pienso que el papel que yo puedo jugar en este momento es mejor desde afuera que desde adentro. No rechazo la idea de volver algún día al Frente, si el Frente se abre, se convierte en un partido que oye a otra gente, que pierde esa rigidez estructural, esa serruchadera de piso, esa descalificación espantosa que se da. Yo he estado viendo lo que hace con Mónica Baltodano, con vos mismo o con compañeros que de repente los descalifican porque se opusieron al pacto, que para mí es una posición absolutamente válida. Yo no puedo con ese tipo de cosas; prefiero no tenerme que enfrentar. Porque si yo entrara al Frente, en una semana me estoy peleando y ya me corren, o me vuelvo a salir porque la verdad me salí yo sola. Pienso que uno tiene que ver su momento, y ver donde uno es más útil en determinado momento. Y pienso que en este momento soy más útil como vos, independiente del Frente oficial, pero vinculada a lo que fue un sandinismo, con la parte de un sandinismo que quisiera volver a ver una esperanza en este país de izquierda.
SF: Con frecuencia has hablado de izquierda. ¿Qué es la izquierda?
G: Izquierda para mi, es una propuesta de una democracia más radical de lo que nosotros llamábamos la democracia burguesa; una democracia más radicial en el sentido de que se preocupe por generar una organización desde la base, desde el municipio, que invierta en un desarrollo que incluya a la gente y ese desarrollo tiene que ser pensado como algo que incluya educación por ejemplo, como un eje fundamental de cualquier proyecto político, de cualquier proyecto de desarrollo, que incluya la educación de la mujer, que se plantee la felicidad de la gente como un objetivo fundamental del programa, que se plantee la ética.
¿Qué quiere decir esto? Que se plantee el respeto a los derechos individuales, que se plantee la responsabilidad social del capital, o sea, ya no estamos hablando de expropiar al capital, creo que hay que pensar en una sociedad donde el capital pueda coexistir con la pequeña empresa, que pueda coexistir con lo que podríamos llamar el proletariado, que el capital pague con impuestos por el desarrollo del propio país, que seamos responsables de nuestro propio desarrollo, que dejemos de depender tanto de la ayuda externa o sea...
SF: Has hablado de muchos ques, y de pocos comos, no es el gran secreto ese.
G: Bueno, si querés nos quedamos hablando hasta mañana...
SF: Me refiero a que el gran problema de la izquierda no es tanto el qué, pues todo el mundo está claro hay demasiada pobreza, demasiada injusticia social, la bandera de los derechos humanos es nuestra, la bandera de la democracia integral económica es nuestra, pero el gran problema es el cómo. Vos decís que convivan el capital con la pequeña empresa y entonces que le pongan un gran impuesto al capital...
G: Estoy clara de que el cómo es fundamental y ahorita precisamente creo desde la izquierda se está planteando eso, hay un pensamiento de izquierda en América Latina y en el mundo, donde se está discutiendo precisamente ese como y por ejemplo, de las cosas interesantes que yo he leído, hay un libro que se llama "El Desarrollo como Libertad", de alguien de la India que se ganó el Premio Nóbel de Economía en 1998, donde él dice que las economías asiáticas más desarrolladas lo que hicieron fue una inversión consciente, ocuparon los fondos del país en programas de educación y de desarrollo de las mujeres y de educación en general de la población y se ha comprobado de que nada tiene una influencia tan grande sobre el nivel de vida de la población, que cuando las mujeres se educan, porque eso tiene una influencia directa sobre la tasa de natalidad, porque la mujer que se educa tiende a planificar su familia, porque la mujer por ejemplo, paga el crédito que adquiere.
Entonces, esos programas de educación con otra mentalidad, de cuadra en cuadra, que no fuera con grandes estructuras; si estás en un barrio, en una comarca y vos les decís a la mujer que sabe leer que le enseñe a las otras, por ejemplo, podés hacer un desarrollo distinto, pensar de una manera diferente en como podríamos estructurar nosotros nuestras fuerzas, nuestro potencial para avanzar rápidamente en niveles de educación. Eso para mi sería como una parte fundamental del cómo, porque con una población que no sabe leer, ignorante, que no tiene ni siquiera lo elementos rudimentarios para hacer operaciones matemáticas es muy difícil que vos objetivamente te plantees avanzar en el desarrollo.
Y la otra cosa que me parece que se puede hacer, es desarrollar lo que se llama una economía de vanguardia y una economía de retaguardia. Esto lo plantea un economista brasileño que se llama Roberto Mangaveira, en un libro muy importante que se llama "La alternativa democrática". La economía de vanguardia es una economía más desarrollada, una economía como de hacer componentes electrónicos, pero que esa economía sostenga a la más atrasada y esa economía más atrasada genere un montón de trabajo a partir de pequeños préstamos, o sea, es una estrategia de desarrollo distinta.
Creo que sería accesible, pero tendría que haber una voluntad de poder tremenda y una capacidad de consensar porque eso no lo podés hacer por decreto, tendría que haber una capacidad de persuadir a toda la población. Claro, no se podría hacer con una sola generación. Habría que tener un consenso social en vez de andar haciendo tantos pactos políticos para ver cuánto vas a tener vos en esta elección, o si cambiamos la Constitución para que haya reelección. ¡Cuanto tiempo nos pasamos discutiendo estos asunto, cuando aquí lo que se necesita discutir es otra cosa! A mi me parece que realmente que quien quiere a este país tendría que estar discutiendo otra cosa, no estar discutiendo cuotas electorales y cosas de esas.
SF: A veces siento los que nosotros los que nos confesamos sandinistas vivimos mucho del pasado. ¿Será porque no tenemos nada de qué enorgullecernos del presente y el futuro tampoco es muy prometedor? ¿por qué será?
G: Creo que el pasado en nuestro caso es probable que las generaciones como la nuestra, que vivimos un hecho tan trascendental, pueda competir con ese hecho la vida cotidiana porque la Revolución es un hecho que te quiebra los esquemas, que te hace vivir en un estado de constante ebullición. Es como la gente que se va a hacer alpinismo: hay como un sentido más intenso en la vida, cuando uno está haciendo cosas arriesgadas, heroicas, épicas en este caso.
Pienso que por eso existe esa vinculación. He leído que en los ratones de los laboratorios han visto que cuando el recuerdo tiene que ver con una emoción, el recuerdo es más profundo, entonces yo creo que eso es lo que hay, no es que seamos infelices o que no nos guste la vida que llevamos. Porque la vida que hemos tenido ha sido una vida intensa, no siempre linda, no siempre alegre, pero después de todo una vida en la que hemos experimentado todos estos altos y bajos que marcan la existencia humana.
A mi me gusta la vida que tengo ahora, me siento súper dichosa de poder escribir, de poder vivir hasta en dos mundos. De alguna manera yo llegué a Estados Unidos con una visión muy negativa de ese país sintiéndome traidora y que me iba en un momento difícil, pero yo no quería ver lo que iba a pasar en Nicaragua, cuando perdimos la Revolución y estaba muy deprimida; mi mamá se había muerto y después de vivir muy atormentada y de sentirme de que yo no tenía nada que hacer en este país y con muchas angustias, poco a poco yo he ido aprendiendo a ver este país de otra manera.
Los nicaragüenses sobre todo debemos aprender a ver en Estados Unidos, porque ahí pasan cosas interesantes a nivel de cómo funciona la sociedad por ejemplo, de ver cómo logran resolver ciertos problemas, de cómo está montado el Estado de derecho, de cómo coexisten tantas razas distintas, tantos idiomas distintos, los gringos realmente tienen un montón de problemas, no es una sociedad que me gusta particularmente, ni que le deseo a Nicaragua, pero en términos de aprender de otras sociedades así como hemos aprendido de los occidentales, de los europeos, a mí me ha parecido una experiencia interesante.
Entender el mundo desde otras perspectivas, salir de la mentalidad chiquita, provinciana, yo creo que eso me ha ayudado a ver un poco a distancia las cosas, me ha ayudado a perder esa pasión violenta que tenemos que a veces nos ciegan.
SF: De alguna manera ¿no es una opción egoísta distinta a la opción que tomaste en los años 70?
G: Es diferente, pero yo pienso que no es egoísta, porque yo he aprendido que mi misión no es ser líder político, que talvez yo no tengo la madera para eso, pero que si la vida me ha enseñado y yo misma me he ido poniendo en el camino de la literatura, que a través de la literatura se pueden tocar muchas fibras del corazón de la gente y que esa es una cosa importante.
De alguna manera uno tiene que encontrar donde calza en este gran diseño de la vida y yo creo que cada vez lo voy encontrando más y yo tengo algo que decirle a la gente, tengo de alguna manera que hacer que mi voz se pueda convertir en la voz de muchos y que la gente se sienta identificada, como vos me has dicho se sienten identificada con mis poemas eróticos y otros poemas. Yo digo: ¡qué lindo que otra gente pueda sentir e identificarse con eso, que yo haya podido darle palabra a un sentimiento con lo que otra gente se podía identificar!
SF: ¿Y cómo llegar a tanta gente en un país como Nicaragua? ¿cómo te proponés por ejemplo hacer llegar este libro, no el libro como tal, sino esos contenidos, esos que vos tenés que transmitir? ¿tenés algún plan en especial, alguna propuesta en especial de trasmitir no el libro como tal, te repito, sino esa manera de pensar, ese aprendizaje tuyo de estos últimos diez años, un poco tomando la distancia.
G: Estoy pensando en ello, William, esta es una de las cosas de que me estoy ocupando últimamente, pensar de qué manera yo puedo tener una contribución o sea que no sea nada más escribir, sino comunicar, transmitir y lograr socializar esa experiencia, pero todavía no lo tengo totalmente claro y en eso estoy.
SF: Quiero aprovechar esta última parte para hablar de la Gioconda poetisa, con tus famosos poemas eróticos que te merecieron el Premio Casa de las Américas en 1978.
G: Eran poemas de erotismo y de patriotismo decía el jurado.
SF: ¿Acaso esa fuente se agotó?
G: No, por supuesto que no.
SF: Pero ya no fluye ese manantial con la fuerza de antes, ¿por qué?
SF: Porque estoy escribiendo más prosa.
SF: ¿Pero porque ya no te nace escribir la otra cosa o por un asunto de prioridades?
G: Como no, si me nace y he escrito, pero lo que pasa es que mirá, para mi el poema es como un rayo que me parte, yo no lo hago suceder, el poema me pasa a mi, yo no le paso al poema sino que a mi de repente me asalta el poema y yo lo escribo.
En el caso de la prosa, puedo decidir cuando escribo y cuando no y puedo elaborar más, me siento empleada si querés, siento más que tengo trabajo si estoy escribiendo prosa que con la poesía, la poesía no puedo yo disponer de ella, no la tengo así a mi disposición; la palabra de la poesía es una palabra mágica para mi, es una palabra que viene como en un acto casi de la naturaleza, es como un tormenta, como un rayo en seco, un aguacero, como querrás llamarle.
En el caso de la prosa las palabras las tengo así, a mi disposición o sea las puedo convocar en el momento en que yo quiero y puedo decir Ok, vamos a contar este cuento, vamos a hacer esto.
En ese sentido para mi escribir prosa ha sido una aventura bien interesante porque me ha demandado una disciplina, me ha demandado un análisis más grande de mis propias debilidades como escritora y me ha hecho crecer como escritora. Aprender a dominar la prosa ha sido como aprender a dominar a un caballo desbocado, porque yo soy medio desbocada.
SF: ¿La prosa es un oficio, la poesía es un sentimiento?
G: Podría ser esa una definición, pero la prosa es un sentimiento también, lo que pasa es que es distinto como ese sentimiento se organiza, pero también hay sentimiento en la prosa.
SF: ¿Vas para España?
G: A principios de marzo voy a España, después voy a Italia, después a Holanda y después a Alemania, voy a un mes entero a una gira donde voy a presentar el libro en todos esos países, quería primero hacerlo en Nicaragua y ya una vez lanzando el libro oficialmente en Nicaragua, voy a irlo a presentar en esos otros países.
SF: ¿Y tu siguiente proyecto?
G: Es una novela que la estoy cocinando en mi cabeza y ahorita no puedo decir nada.
SF: ¿Cuál es tu obra de mayor éxito?
G: La de mayor éxito editorial la "Mujer Habitada", la primera novela.
SF: ¿Tu mejor novela?
G: Este libro.
SF: Pero esta no es una novela..
G: No, yo sé, pero es mi mejor obra desde el punto de vista literario, que yo siento que quedó mejor, es lo que te decía de la madurez, que ya me siento...
SF: Madura, pero no vieja...
G: Vieja nunca, pero te digo que estoy sintiendo que ya tengo un mayor dominio sobre la palabra, ahora me estoy sintiendo mucho más en poder de mis habilidades, de mi oficio, entonces ese libro por eso me alegro de haberlo escrito, porque fue un reto bastante grande porque hay que ver que seleccionar los recuerdos es dificilísimo. SF: Sobre todo porque a determinadas alturas de la sociedad...
G: No, fijate que yo creo que no es eso tanto, sino haber tenido una vida bastante intensa y de repente querer hacer una selección de que fue lo más representativo, de lo que más le interesaría saber a la gente, como cuento este cuento, la estructura fue un reto tremendo para mi.
SF: Muchas gracias Gioconda Belli, poetisa, escritora, militante.
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Capítulo 4. de cómo un cataclismo borró el
paisaje de mis primeras memorias
(Managua, 1972)
Nicaragua está situada en la cintura de
América, en el centro de la franja delgada que une la América del norte, con la
del sur. Es el país más grande del istmo centroamericano y su geografía está
cruzada por volcanes. Las plataformas oceánicas que empujan la masa continental
del norte hacia el Atlántico y la del sur hacia el Pacífico chocan bajo mi país.
De ese choque nacen los hermosos y amenazantes conos volcánicos. A eso debemos
los frecuentes terremotos.
Las memorias que guardo de mi infancia y adolescencia ocurrieron en una ciudad
que ya no existe, una ciudad que se desplomó en una noche de polvareda e
incendios. Serían tres minutos en total, quizá menos, lo que tomó al terremoto
desbaratarlo todo; caminar sobre la ciudad como una bestia machacando edificios,
postes de alumbrado, casas, las esquinas, las calles de mis recuerdos. La tierra
traicionera se sacudió todas las fallas como cabellera de Medusa, y edades
geológicas se vinieron al suelo en un derrumbe subterráneo que sepultó en su
seno veinte mil vidas. Esa noche de vísperas de Navidad los trineos, los renos y
los Santa Claus acostumbrados al Polo Norte ardieron en un incendio descomunal
que arrasó seiscientas manzanas de mi pobre ciudad, engalanada para la
Nochebuena. Eran las 00.28 del 23 de diciembre de 1972. Parpadeaban los
arbolitos y sus bolas de colores brillantes en las ventanas. La sacudida bestial
nos arrojó de las camas y nos sumió en la oscuridad abismal de un pánico animal
y sin consuelo.
Con
mi instinto de bruja había intuido que algo malo sucedería. Mucho calor hacía
para un día de diciembre. Tomé la previsión de dejar la llave del pasador de
seguridad junto a la puerta de la casa. Hasta quité los adornos de las mesas.
Hipnotizado frente al televisor, como todas las noches, mi esposo me miró burlón
haciendo caso omiso de mi miedo. Me dormí angustiada, apretando una almohada
contra el estómago que empezaba a ensancharse con mi segundo embarazo. Estaba
convencida de que algo siniestro flotaba en el ambiente. Un puño gigantesco se
escondía entre las sombras. Pasé la cuna de mi hija Maryam -tenía cuatro años
entonces- a mi habitación. Pero a la hora del terremoto, cuando la sacudida me
expulsó de la cama y me desperté arrodillada en el suelo, no podía cargar a la
niña en los brazos para salir corriendo. El suelo se zarandeaba de tal manera
que era imposible conservar el equilibrio. Desesperada, le grité a mi esposo
-más asustado que yo- para que me ayudara a sacar a la niña y al fin él logró
cargarla. Salimos corriendo como quien atraviesa un campo de batalla en la noche
más profunda. Toda mi casa crujía y lanzaba pedazos por el aire. Las plantas
interiores se hacían trizas unas contra las otras. Llovía tierra, barro, vidrio.
Zigzagueando alcanzamos la puerta. La llave estaba allí donde yo la había dejado
pero la puerta desplomada no se abría. Mi marido la agarró a patadas. Frenético.
Alicia, la niñera, gritaba jaculatorias como alma en pena, «Virgen Santísima,
Las Tres Divinas Personas, Dios mío, mi lindo, sálvanos». Cuando por fin
logramos salir por una hendija, nos recibió la visión apocalíptica de un cielo
rojo, denso. La ciudad sumergida en una nube de polvo. Un meteorito, pensé. El
Juicio Final. Seguro que era un cataclismo mundial. La luna llena brillaba
siniestra con un fulgor espectral.
Nuestros vecinos se abrazaban, abrazaban a sus niños. El pavimento hacía olas
convertido en una serpiente negra y sinuosa. Súbitamente la tierra se aquietó.
Nos quedamos inmóviles. Temerosos de movernos. No fuera a ser que el monstruo
despertara de nuevo.
-Se está quemando Managua -gritó alguien. No había pasado ni media hora cuando,
otra vez, el ruido inició un crescendo ensordecedor y todo empezó a tambalearse
con la misma fuerza que antes. El pánico se desbocó. Gritos. Llantos. Ya no
teníamos el consuelo de estar medio dormidos y tener que ocuparnos de salir de
las casas. El sentimiento de indefensión era intolerable. Primitivo, animal.
Eran las cavernas otra vez. La humanidad prehistórica presenciando un planeta
convulsionado por innumerables cataclismos. Nos castañeteaban los dientes,
gruñíamos, nos agarrábamos unos de otros. Las casas saltaban. El concreto
parecía haberse convertido en una sustancia dúctil, blanda. Los postes del
tendido eléctrico se balanceaban como palmeras en un huracán. Los alambres se
mecían sobre nuestras cabezas cual gigantescas cuerdas de saltar. Se doblaban
los tubos de metal por donde entraban los cables a las casas. Se quebraban
vidrios. Explotaban ventanas. En la distancia aullaban sirenas de incendio. La
ciudad se hundía, se bamboleaba como barco en un mar furioso. Abracé a mi hija.
La apreté contra mí para que no oyera el rugido espantoso. Recé. Mi esposo
gritaba: «Vámonos, vámonos.» Lo calmé como pude, controlando mi propio pánico.
De nada servía correr. No había adónde ir, dónde refugiarse. Ninguna otra tierra
que pudiera sostenernos. Era inútil pensar en encontrar un lugar seguro. Yo
temía espantada que la tierra nos tragara, que un volcán se alzara en medio de
la calle, que todo se hundiera, pero me sacudí como pude el terror de esos
pensamientos. Uno de los dos tenía que mantener la serenidad. El ruido fue
decreciendo hasta apagarse. La tierra retornó a una calma pasajera, interrumpida
constantemente por pequeñas sacudidas. Pero ya no confiábamos en que aquietaría
su violencia. Cada pequeño temblor nos tensaba de espanto.
Una o dos horas después, Alicia se fue a buscar a su familia. Mi esposo y yo
decidimos pasar el resto de la noche dentro del auto que nos parecía el lugar
más seguro. A dos cuadras de nuestra casa, al lado de un patio baldío nos
estacionamos. Apenas hablamos que yo recuerde. Esa noche, no tuve ánimos para
intentar sacarlo de su mutismo. No sé si hacía frío o si los dientes me
castañeteaban de miedo. Envolví a Maryam en el mantel del comedor y la apreté
contra mí hasta que se durmió. Mi esposo trataba de oír algo en la radio, pero
todas las estaciones estaban en silencio. Hacia la madrugada logró sintonizar
una estación de Costa Rica. Así nos enteramos que el resto del mundo seguía
existiendo. Sólo Managua había sido destruida.
Al amanecer, tras asegurarnos de que mis padres y hermanos se hallaban a salvo
en su casa, a poca distancia de la nuestra, hicimos un recorrido por la ciudad.
De esa mañana extraña me queda la incredulidad. No podía creer lo que veía. Del
lugar de mi niñez, mi adolescencia, mis escasos años de vida adulta, sólo
quedaban las ruinas. El edificio donde tomaba clases de ballet cuando era niña
parecía una castillo de naipes desplomado sobre la calle, sus cinco o seis
pisos, uno sobre otro. Las revelaciones de la destrucción causada por el sismo
se sucedían como imágenes fuera de foco en el aire tenue y soleado de la mañana
de diciembre. Sin los puntos de referencia con que acostumbrábamos guiarnos,
Managua era un amasijo de calles destrozadas.
Un mar de cenizas y escombros. La memoria se esforzaba por reconstruir
contornos, esquinas. Yo cerraba los ojos para superponer imágenes a la
destrucción pero los perfiles se borraban ante las visiones de la
catástrofe. Mi esposo parecía un niño a punto de echarse a llorar.
Intentamos adentrarnos en el centro de la ciudad, pero era imposible. Cadáveres
de edificios yacían sobre las calles, quebrantados y humeantes. Después de
nuestro lúgubre recorrido, regresamos a la casa paterna. Recuerdo a mi madre
sentada en una silla playera en el terreno baldío al lado de su casa, la
doméstica llevándole el desayuno en una bandeja impecable sobre un mantelito
almidonado.
Terribles historias escuchamos en las largas filas ante las estaciones de
gasolina. Sin energía eléctrica, los operarios tenían que bombear el combustible
manualmente. La desgracia común hermanaba a los desconocidos.
Cada quién contaba su historia. Lloraba en cualquier hombro solidario. Era un
duelo inmenso, un naufragio colectivo. La ciudad entera se ahogaba en dolores y
nostalgia. La gente alineaba toscos ataúdes sobre las aceras en los barrios más
pobres -la mayoría- en ruinas, para enterrar a familias enteras. Los puentes
estaban cortados, el pavimento, levantado. Miles de personas con la cara ausente
y enloquecida iniciaron esa misma mañana un éxodo multitudinario en camionetas y
camiones destartalados llevándose enseres domésticos, muebles; saliendo
desesperadas de la ciudad sin agua y sin luz como si alguien hubiese dado la
orden de evacuar. Abundaban rumores sobre las epidemias que se desatarían dados
los cientos de cadáveres atrapados en las ruinas. Circulaban historias sobre el
pillaje que empezaba a extenderse por la ciudad y que iniciaron los soldados de
la Guardia Nacional. El celador del centro comercial donde mi papá tenía una
sucursal de su almacén los había visto cargar aparatos de aire acondicionado en
camiones militares poco antes de que la multitud se abalanzara sobre lo que
quedó. Los adornos de Navidad, los Santa Claus, los renos, los abetos, prestaban
al ambiente un tono de sarcasmo, como la broma de un dios cruel y sanguinario.
Nosotros nos unimos al éxodo que esa misma tarde atascó las carreteras con
largas caravanas de vehículos recargados. En el camión de un tío de mi esposo
acomodamos nuestras cosas en una apresurada mudanza y partimos hacia Granada a
casa de mis suegros. Nos despedimos de mis padres que saldrían al otro día a
su casa de la playa, cerca de León. Habría preferido irme con ellos pero no me
atreví ni a insinuarlo. Sabía que mi madre argumentaría que mi deber era estar
al lado de mi esposo.
En el viaje a Granada iba con una prisa terrible por alejarme de Managua.
Dejarla atrás. Olvidarla. No volver a posar los pies allí, en esa gran herida
supurante. Huir. No me sentía capaz de vivir un temblor más. Las piernas me
dolían del esfuerzo por exigirle a la tierra la estabilidad acostumbrada. ¿Qué
hace un ser humano condenado a la gravedad, si le falla el punto de apoyo? El
tío de mi esposo no paraba de hablar, y yo oía la conversación como un ruido
molesto. Tenía los oídos hipersensibles tras haber escuchado los rugidos del
infierno. Maryam, acurrucada contra mí, se aferraba a la idea de la Navidad.
¿Qué pasaría con la Navidad? ¿Todavía llegaría el Niño Dios con los regalos? Por
ella, yo había robado una muñeca en una tienda. Esa mañana acompañé a mi papá a
sacar la mercadería de la única sucursal de su almacén que quedó en pie y, al
pasar por una tienda de camas con una promoción de muñecas gigantes, tomé una
diciéndome que no importaba. De todas maneras se perdería en el pillaje. Por lo
menos mi hija tendría un juguete en Navidad. Pensar que tendría la muñeca esa
noche me reconfortaba. La ilusión de un niño era frágil y preciosa. Yo quería
conservar la ilusión de mi hija. Por la otra niña, la que aleteaba en mi
vientre, apenas me preocupé en las horas que siguieron al cataclismo. Estaba
embarazada de tres meses, pero en esos momentos mi estado apenas ocupaba lugar
en mis preocupaciones.
-No
hagás fuerzas -había repetido mi marido, cuando subíamos las cosas al camión.
Pero yo encogía los hombros. Confiaba en la tenacidad de aquella niña pegada a
mí. Pensar en perder esa criatura habría sido como imaginar que un brazo o una
pierna se despegarían de mi cuerpo. Imposible. En la finca del tío, cerca de
Granada, descargamos los muebles. Los dejamos en una bodega de cualquier modo,
con una indiferencia absoluta por los bienes materiales, que, estaba visto, tan
rápidamente podían desaparecer. Eran un estorbo. Sólo queríamos olvidarnos de
ellos.La casa de mis suegros era una amplia casa triste, de ladrillos oscuros,
habitaciones altas y sombrías como cavernas llenas de cosas raídas y antiguas.
Cuando imaginaba a mi marido de niño en esa casa se me oprimía el pecho. Creía
comprender por qué, a pesar de su juventud, estaba ya tan fatigado de la vida.
Sólo el patio interior donde había una pecera rota en forma de pagoda china era
soleado. Allí crecía un árbol de malinche cuyas vainas explotaban haciendo un
ruido seco de petardo vegetal.
Tampoco en Granada hubo energía eléctrica hasta al día siguiente -me puse a
llorar cuando se hizo la luz, como si la electricidad fuera comienzo de vida-. A
la casa habían arribado otros parientes, tíos, primos, la abuela de mi esposo,
doña Antonina, una joven octogenaria que era, de todos los miembros de su
familia, mi personaje favorito. Por la noche nos acomodamos en los pasillos,
sobre colchones. Mi suegra disponiéndolo todo como mariscal de campo y nosotros
-sobrevivientes del cataclismo- acatando las órdenes, azorados, atolondrados,
preguntándonos qué vida sería ahora nuestra vida.Sólo los niños gozaban del
campamento improvisado. Maryam con su muñeca enorme, feliz de que el terremoto
no hubiese destruido el taller de juguetes de Santa Claus.
De mi primer
viaje a Cuba mi extraño encuentro con Fidel Castro. (Panamá, La Habana,
1978-1979).
¿Te gustaría ir a Cuba? -me preguntó Modesto [Henry Ruiz, Modesto,
dirigente sandinista] una tarde en Panamá, con una sonrisa seductora de mago a
punto de conceder su deseo a Aladino. Los cubanos invitaban a un representante
de la GPP [Guerra Popular Prolongada, facción del Frente Sandinista de
Liberación Nacional] a la celebración del XX Aniversario de su Revolución. Si
disponía de dos semanas, yo sería la persona indicada para viajar a la isla en
los últimos días de diciembre.
Por lo general procuraba no ausentarme de mi casa más que dos o tres días. Mis
viajes eran cortos pero frecuentes. A pesar de ello, acepté la propuesta de
Modesto. Cuba era entonces el faro de la revolución en América Latina; el primer
territorio libre de América. ¿Qué más podía desear yo que hacer aquel viaje?
Volví a Panamá a
finales de diciembre para tomar el vuelo a La Habana. A última hora Modesto,
quien planeaba viajar conmigo, decidió no ir. Al día siguiente de llegar tuvimos
una discusión irracional e intempestiva. Salí, pues, triste y destemplada en el
vuelo de Cubana.
La apariencia desteñida, pobre y descascarada de La Habana y la impecable
sincronía entre los funcionarios del partido, el personal del hotel, los
chóferes de los autos oficiales y todos los que nos atendían, fueron mis
primeras impresiones del socialismo. Llegué a Cuba dispuesta a sustituir las
visiones siniestras de una adolescencia llena de mitos anticomunistas por la
realidad de una utopía en la que el socialismo lograra crear el mejor de los
mundos posibles. Vi la ciudad a través del prisma rosado de mis ilusiones. El
embargo económico de Estados Unidos explicaba los edificios maltrechos, lo que
no funcionaba. Admiré la dignidad, el buen humor infatigable de los cubanos que
subían a los buses atestados y tardíos, vestidos con ropas que recordaban las
modas de las décadas cincuenta y sesenta.
El hotel Capri, donde me hospedé, con su decoración art déco restaurada y
vuelta a restaurar, me recordó los viejos hoteles de Miami Beach. Comprobé que
no había tales de que uno no podía moverse por La Habana sin un eterno
funcionario del partido pegado a los talones. Deambulé por sus avenidas, visité
librerías donde los libros costaban centavos, hablé con los pescadores
solitarios en el malecón. Me impresionó la cultura política que poseían las
personas más sencillas, los jóvenes. Percibí una calidad especial en aquellas
gentes alejadas del consumismo y forzadas por las circunstancias a forjar el eje
de sus vidas alrededor de valores espirituales como la educación, la
solidaridad, el amor a la patria, lo comunitario. Los cubanos lamentaban la
escasez, pero se las arreglaban con buen ánimo y un sentido épico de sí mismos.
La estatificación de todos los servicios y la falta de competencia del comercio
se dejaban sentir en papeleos, burocracia, en la lentitud y confusiones con que
uno se topaba no bien salía de los hoteles e intentaba comprar un helado,
sentarse en un café. El hotel, sin embargo, funcionaba a las mil maravillas. La
comida era excelente.
En medio del ambiente festivo de las celebraciones, me deslumbraba toparme cara
a cara con guerrilleros de toda América Latina, dirigentes de países socialistas
como Vietnam, embajadores de movimientos de liberación palestinos, polisarios,
surafricanos. La atmósfera era de cuento de hadas revolucionario. Fui a un
desfile militar donde miles de soldados saludaron en coro multitudinario la
memoria del Che Guevara; escuadras de Mig volaron sobre nuestras cabezas dejando
estelas de colores en abierto desafío a las protestas de Estados Unidos por la
posesión cubana de esos aviones. Visité museos con fotos de Fidel y sus barbudos
de la Sierra Maestra; conocí bajo un aguacero a Gabriel García Márquez y nos
hicimos inseparables compañeros de autobús yendo por La Habana de un lugar a
otro. En la Casa de las Américas conocí al afable y sencillo poeta uruguayo
Mario Benedetti, al cubano Roberto Fernández Retamar.
Al acercarse la fecha del aniversario, las recepciones oficiales ocuparon las
noches. En la primera de ellas, una fiesta multitudinaria en el imponente y
moderno Palacio de los Congresos de La Habana, estreché la mano de Fidel Castro.
-¿Dónde te han tenido escondida los sandinistas? -me preguntó, mirándome de
arriba abajo.
Me encontraba al lado de Doris Tijerino, mujer legendaria dentro del sandinismo,
que vivía en Cuba en ese tiempo. Bromeaba con Fidel, y él se quedó largo rato
conversando con ella y mirándome a mí, que hablé poco, apabullada por el solo
hecho de tenerlo cerca.
Fidel es un hombre físicamente imponente. Alto, fuerte. La tela de su uniforme
de gala verde olivo impecable tenía un lustre a nuevo, sus zapatos relucían.
Todo él emanaba un aire de autoridad, seguridad, conciencia de ser el personaje
más importante en el salón. En su rostro de facciones muy españolas, la
expresividad de los ojos era caribe, tropical, penetrante, juguetona. Sin dejar
de prestarnos atención, no perdía detalle del ambiente circundante. Al poco
rato, más personas se acercaron para escucharlo. Él preguntaba, pontificaba
sobre la realidad de tal o cual país. Actuaba como Moisés en el Sinaí con las
Tablas de la Ley entre sus brazos: líder de los pueblos en su recorrido a la
Tierra Prometida. Finalmente se alejó entre la multitud. Me sentí halagada de
que se fijara especialmente en mí.
A la noche siguiente, en una recepción más pequeña para las delegaciones de
América Latina, conversaba con Mario Benedetti cuando Fidel se acercó de nuevo a
saludarme. Lo acompañaban otros invitados y funcionarios del Partido Comunista
de Cuba. Me vi en un círculo de hombres que me sonreían con picardía cómplice
debido a la atención que me dispensaba su jefe. Mario lo puso al tanto de que
era poeta, reciente ganadora del premio Casa de las Américas.
-¿Y cómo hago yo para leer tu libro? -me preguntó mientras las sonrisas de los
demás se hacían más anchas. Me reí también. Sería fácil, le dije. Se lo haría
llegar.
-Pero quiero que me escribas una dedicatoria -añadió.
-Claro que sí, comandante, lo haré encantada -le dije.
Fidel continuó la conversación sin dejar de mirarme con sus ojillos penetrantes.
Traté de mantenerme calma, segura de mí y de actuar con naturalidad bajo el
escrutinio de su mirada.
-¿Y cómo puedo yo verte a ti? -me preguntó-. Llegar a tu hotel sería difícil.
Soy demasiado conocido.
Lo miré azorada. Los demás rieron. Supuse que sería una broma.
-Me está viendo, comandante -dije, uniéndome a la broma, disimulando mi
incomodidad.
Poco después Fidel continuó su recorrido por la fiesta, saludando a antiguos
conocidos, caras nuevas. La fiesta se ofrecía en una casa de protocolo grande y
blanca. En el jardín de exuberante vegetación tropical las mesas estaban
colocadas bajo los árboles, esparcidas aquí y allá. Por todas partes departían
amigablemente líderes guerrilleros del MIR chileno, del ERP argentino, de los
Tupamaros de Uruguay, salvadoreños, guatemaltecos, fugitivos cuyas cabezas
tenían un alto precio en sus países por oponerse a regímenes militares o al
statu quo. Anduve entre los invitados saludando a personas que conocía,
conversando. Divertida, me percaté de que Fidel intentaba repetidamente
aproximarse a mí. Apenas lo lograba, sin embargo, nos rodeaban de nuevo.
-¿Te fijas?, no
me dejan hablar contigo -me dijo en una de ésas con expresión resignada.
Yo disfrutaba la situación. ¿Cómo no disfrutar de la atención nada menos que de
Fidel Castro?
A la hora de la cena. Fidel se sentó a la mesa al fondo del jardín. Poco después
un movimiento de hombres corriendo, de carros que partían, anunció que el
comandante se había marchado. El ambiente se distendió sensiblemente. Los
compañeros sandinistas de la mesa bromearon sobre las atenciones del comandante
en jefe para conmigo. Nos reímos. Servían el postre cuando se sentó a mi lado
Ulises, un alto funcionario del Departamento América del Partido Comunista de
Cuba, a quien conocía de Panamá.
-Ven -me dijo-. Fidel quiere hablar contigo.
Sin saber qué otra cosa hacer, me levanté y lo seguí hasta su carro, curiosa y
temerosa a la vez.
Fidel me esperaba en una casa que tenía el aire frío de un lugar sólo habitado
ocasionalmente; una sala mal iluminada que parecía sacada de un escenario
teatral, las paredes tapizadas de verde con cuadros con marcos dorados aquí y
allá, ilustrando antiguas escenas de caza. Recordé el incidente con Torrijos.
Ojalá Fidel, mi ídolo, no hiciera algo semejante. Me tranquilicé cuando vi que
lo acompañaba Manuel Piñeiro, Barbarroja, uno de sus compañeros de la
Sierra Maestra, el jefe del Departamento América. Piñeiro era un hombre difícil
de descifrar. Sus ojos café eran intensos, maliciosos, ligeramente amenazantes.
Parecía saberlo todo o creer que lo sabía. Me senté junto a Fidel en un sofá
largo junto a la pared, mientras Piñeiro observaba la escena sentado en otro
sillón.
-Perdona que te haya hecho venir -me sonrió Fidel-, pero ya viste, no habría
podido hablar contigo de otra forma.
De la primera parte de esa conversación guardo vagos recuerdos. Fidel me
preguntó muchas cosas personales; mi origen de clase, mis padres, cuándo me
había hecho sandinista, poeta. Hablar de uno mismo es fácil, de modo que me
explayé, sintiendo que mientras conversáramos estaría segura. Le conté de
Marcos, de Sergio, de mis hijos. Fue al abordar el tema de la coyuntura de
Nicaragua cuando surgieron las discrepancias. No pude evitar darle mi opinión.
No comprendía por qué ellos -Cuba- apoyaban con obvia preferencia a la tendencia
Tercerista, los hermanos Ortega, cuyo comportamiento político era a mi parecer
arriesgado a largo plazo e inescrupuloso. Fidel se agitó y empezó a gesticular
con su dedo índice. Subía y bajaba la voz hasta llegar al susurro. Sus tonos
altos sonaban a regaño dulzón, pero afilado.
-¿Cómo puedes dudar tú de mis intenciones? Yo he sido el más decidido defensor
de la unidad. Me he pasado noches con tus dirigentes, discutiendo con ellos para
lograr la unidad -y me miraba con sus ojos penetrantes.
-Pero, entonces, ¿por qué apoya a unos más que a otros? -insistía yo, que
conocía, bastante bien por cierto, que Fidel favorecía con más armas y equipos a
los Terceristas.
-Pero ¿de dónde sacas tú eso? -Y volvía a repetir que él apoyaba la unidad, que
él confiaba en los dirigentes de la GPP. No tenía dudas de que Modesto, Tomás y
Bayardo eran hombres de principios. Acaso no me daba cuenta de que esas
inquietudes que yo expresaba sobre los Ortega justificaban que él quisiera estar
cerca de ellos, ayudar a encauzarlos mejor.
-Pero lo que hace es fortalecerlos -argumentaba yo, terca como una mula.
Decírselo era mi manera de demostrar respeto por su inteligencia.
Como me
sucedería a menudo en mi vida al tratar con hombres en posiciones de liderazgo,
lentamente caí en la cuenta de que no quería oírme, sino que lo oyera. Alzaba la
voz. Su tono bordeaba lo iracundo. Era evidente que consideraba mi postura como
un desafío y quería convencerme de mi error. Al ver que no lograría nada, que la
conversación se había reducido a un enfrentamiento de su verdad contra la mía,
desistí de continuar.
-Usted sabe más que yo, comandante -le dije. Posiblemente me equivoque;
obviamente no tengo todos los elementos de juicio que usted tiene. Pero no dudo
de sus buenas intenciones. Sé lo que ha trabajado por la unidad. Como
sandinista, se lo agradezco.
Para apaciguarlo, le dije más cosas que no recuerdo. Poco a poco retornó a su
compostura habitual. Sentado en el sillón, Piñeiro nos miraba. Sus ojos sagaces,
impenetrables.
La extraña reunión llegó a su fin. Me despedí de Fidel en la puerta, un poco
azorada, sin saber exactamente qué pensar de aquel peculiar encuentro.
Por esos días llegó Modesto a La Habana. Me mandó a buscar. Lo vi la tarde del
mismo día en que me reconcilié a medias con mi aversión a las armas en el
polígono de tiro. Estaba alojado en las afueras de La Habana, solo, en una casa
extraña, grande y con muchas habitaciones. Nerviosa, hablé sin parar de mis
impresiones de Cuba, temiendo que cuando callara me dijera que ya no me quería.
Pero en menos de una hora nos reconciliamos como si el disgusto hubiera sido
sólo el pretexto para reencontrarnos con la intensidad de quienes recuperan un
cielo que creían perdido para siempre.
La fiesta del 31 de diciembre fue inolvidable. Cientos de mesas fueron colocadas
en la pequeña y empedrada plaza de la Catedral de La Habana vieja, uno de los
sitios históricos más hermosos e íntimos de América. Los edificios coloniales
que flanquean la plaza en sus cuatro costados, magníficamente iluminados, eran
el marco en el que se desarrollaba la fiesta amenizada por un espectáculo
musical de ritmos afrocaribeños: el danzón, la guaracha, la Guantanamera.
A medianoche estallaron los brindis. Brindé con revolucionarios de todo el
mundo, cuyas causas no siempre me eran familiares. Y, claro, con mis compañeros
sandinistas. Brindamos por el fin de las tiranías, los triunfos populares, las
revoluciones. Los nicaragüenses nos emocionamos. Mil novecientos setenta y nueve
sería el año decisivo para nosotros. Lo sabíamos.
Se acercaba el día de mi regreso al capitalismo y al exilio. Leía en mi
habitación del hotel, por la tarde, cuando me telefoneó un funcionario del
partido para pedirme que no saliera del hotel, por favor. Ignoraba el motivo de
su extraña petición, pero supuse que sería algo relacionado con Modesto -a quien
los cubanos trataban con mucha deferencia-. A las ocho de la noche volvió a
llamarme y me indicó que bajara y lo encontrara en el vestíbulo del hotel. Mi
acompañante no me dijo adónde íbamos cuando partimos en su automóvil, y no
sospeché de qué se trataba ni siquiera cuando vi que nos acercábamos a la sede
del Partido Comunista de Cuba, un edificio alto, moderno, en la plaza de la
Revolución.
Creo que estábamos dentro del edificio cuando finalmente me informó que Fidel
quería verme otra vez.
Recordé que Fidel trabaja de noche; de cuatro de la tarde a cuatro de la mañana.
Caminanos hacia su despacho, que era hermoso, amplio, con muchas plantas,
amueblado sencillamente y donde se respiraba una atmósfera de historia acumulada
y viva. Hablamos durante casi cuatro horas, hasta la medianoche. Otra vez
Piñeiro rondaba por allí. Entraba y salía. Fidel iba vestido con su eterno
uniforme de comandante, que luego copiarían los nuestros en Nicaragua. Yo
llevaba los jeans y la camisa blanca, holgada, con la que anduve durante
el día. Me dio las gracias por el libro de poemas que le envié con dedicatoria.
Conversamos sentados en un sofá blanco al lado de su escritorio.
-Nunca antes estuve con alguien de la base del sandinismo -me dijo-. Usualmente
me reúno con los dirigentes. Espero que llegues al final de todo esto. He visto
tanta gente morir en el intento... Compañeros... No te imaginas, por ejemplo, lo
que fue para mí la muerte de Camilo, del Che. Yo mismo dirigí la búsqueda del
avión de Camilo. Aquel mar que no dio señas de nada nunca. Se perdió Camilo.
Nunca lo encontramos. A pesar de todos los esfuerzos. Y el Che. Sus manos las
tenemos aquí. ¿Lo sabes? Imagínate. Sus manos. El Che era como mi hermano.
Emotivo. Susurraba. Me tenía que inclinar para oírlo.
Más tarde hablamos de las ideas. Le pregunté si ya era socialista al triunfar la
Revolución. Recordaba la cadena con el Cristo en su cuello cuando bajó de la
Sierra Maestra.
-Pensé en un sistema semejante por mi cuenta -me dijo-. La repartición de la
riqueza. Me sorprendió leer a Marx y ver las coincidencias. Mi conversión al
marxismo fue muy rápida.
Me contó la historia de la Revolución Cubana, cómo escribía sus discursos.
-Leo a Martí -me dijo-. Es mi fuente de inspiración.
Y sacó los libros de Martí. Me leyó pasajes. Yo estaba subyugada por sus
emanaciones de héroe. No podía creer la suerte que me permitía compartir ese
tiempo con Fidel. La tranquilidad, el silencio de aquel edificio dormido.
En medio de todo esto me insinuó que podía ayudarle facilitándole cierta
información. Quería saber detalles sobre la reacción de la GPP ante la entrega
de un cargamento de armas a los Terceristas. Recordé los exabruptos, la furia de
Modesto al salir de la reunión donde se enteró de que, a pesar de las promesas
cubanas, las armas no se habían repartido equitativamente entre las tres
tendencias.
-Si tú me dices lo que sabes, te puedo explicar -propuso Fi-del-. Te lo puedo
explicar todo, pero sólo si tú lo sabes, porque si no, ¿qué caso tiene darte una
explicación?
Aquel día, Modesto me había hecho jurar que, pasara lo que pasara, jamás
comentaría con nadie su reacción. Me pareció extraña tanta insistencía sobre mi
silencio, pero no había vuelto a pensar en eso hasta que Fidel empezó a
interrogarme. Me pregunté si Modesto habría imaginado que Fidel Castro en
persona querría saberlo. ¿Sería algo que ni Fidel debía saber?, me pregunté.
Fidel tendría que darle las explicaciones a Modesto, no a mí. A mí no me
correspondía revelar nada. Yo era una simple mortal en aquel juego de
dirigentes.
Con ceniceros y objetos de su escritorio, Fidel me explicó que, según su tesis,
conducir una guerra de posiciones clásica en el sur de Nicaragua empantanaría al
ejército somocista y facilitaría la toma del poder por los sandinistas. Para
ello era clave que el Frente Sur dispusiera de armas para una guerra regular:
antiaéreas, antitanques, cañones. Ésa era su idea. Estaba seguro de que era la
estrategia militar indicada. Era fascinante verlo apasionarse, volver a hacer la
revolución otra vez. Sólo que los sandinistas éramos tercos. Respetábamos a los
cubanos, pero nuestra guerra la queríamos hacer nosotros; ganar por nuestra
audacia, nuestras propias ideas. Quizá los Ortega estaban dispuestos a seguirle
el juego, pero el sandinismo no eran ellos. Me perturbaba que Fidel se
resistiera a cederles el turno a otros, que reclamara protagonismo en nuestra
revolución. Lo escuché en silencio. No coincidía con su apreciación. Juzgaba que
las armas serían más valiosas fortaleciendo las columnas del norte, las
ciudades. La guerra del sur no tenía mucho futuro. No éramos un ejército
regular. No sabíamos combatir como ejército regular. Se arriesgarían muchas
vidas, sería muy costoso. Se lo dije, pero no insistí. Era un caso perdido. A
medianoche Piñeiro entró. Insistió también sobre la información que querían.
-No sé nada de lo que ustedes quieren saber -repetí.
Al fin se rindieron. Fidel volvió a sus gestos y actitud tranquila. Me despidió
cariñosamente en la puerta.
-Me saludas a Camilo -fue lo último que me dijo. Me asombró que recordara el
nombre de mi hijo. Sonreí.
Al regresar al hotel, me asaltó la incertidumbre de si había hecho lo correcto.
Llamé un taxi. De memoria, asombrándome de mi propia intuición, lo guié por las
calles de La Habana hasta la casa donde se alojaba Modesto. Él se sorprendió de
verme aparecer de madrugada, casi a las dos de la mañana.
-Hiciste bien -me dijo-. Ya hablaré yo con ellos. No te preocupes.
Antes de marcharme de Cuba, le escribí una carta a Fidel. Una carta de un
compañero a otro. Lo respetaba mucho, le decía, pero él debía comprender la
situación imposible en que me había puesto. Yo era una militante. No podía
violar mis órdenes. Consideraba incorrecto de su parte que hubiera intentado
inducirme a hacerlo valiéndose de su autoridad, de su prestigio. Le hice una
crítica, muy revolucionaria, según yo. Bien ingenua, pienso ahora.
Volví a ver a Fidel después del triunfo de la Revolución Sandinista. Me saludó
cortés, pero frío. Evidentemente, mi carta, si es que la leyó, no le hizo mucha
gracia.
Aunque el significado de esa noche sigue siendo inexplicable para mí, atesoro el
recuerdo como una de esas cosas mágicas y ligeramente perversas que le pasan a
uno en la vida. A la luz de los años, el episodio, en vez de aclararse, se ha
oscurecido. ¿Necesitaba Fidel que yo le diera esa información? Parece
improbable. Contaría con medios suficientes para enterarse sin mi concurso.
Modesto se lo habría dicho sin duda. ¿A qué obedecía entonces su insistencia?
¿Quiso simplemente tener un pretexto para justificar su deseo de verme,
hablarme, examinarme como mariposa bajo el microscopio, estudiar mi reacción
ante el poder que él blandía? ¿Quería seducirme? No lo sé. Supongo que nunca lo
sabré. A mí me quedó este recuerdo. Literatura.'